8

Al día siguiente Waite Courteney volvió a la chacra a tomar el desayuno cuando el sol estaba ya alto. Uno de los peones le tomó el caballo y se lo llevó al establo. Waite permaneció en el galpón de las monturas y miró a su alrededor. Contempló los lisos postes pintados de blanco, el piso bien barrido, la casa algo más lejos, llena de muebles confortables. Era una grata sensación ser rico, en especial cuando se tenía la experiencia de haber sido pobre. Ochocientas hectáreas de excelentes pasturas, tanto ganado como era posible alimentar en ellas, oro en el Banco. Con una sonrisa, atravesó el patio de tierra.

Oyó a Ada cantar en el tambo.

Cómo va el jinete

Hop, hop, hop

Hop, hop, trala.

Y las chicas

de Capetown

dicen "Beso"

"Beso" Hop!

Tenía una voz clara y dulce. La sonrisa dé Waite se ensancho. Qué buena sensación era ser rico y estar enamorado. Se detuvo en la puerta del tambo. Las gruesas paredes de piedra y el espeso techado de paja daban frescura al interior sombrío. Ada estaba de espaldas a la puerta y movía el cuerpo siguiendo el ritmo de la batidora de hacer manteca. Waite la miró un instante, y luego, caminando hacia ella, le rodeó la cintura con los brazos.

Sorprendida, ella se volvió en sus brazos y él la besó en la boca.

—Buen día, hermosa lechera —dijo.

—Buen día, buen señor —repuso Ada.

—¿Qué hay para el desayuno?

—¡Ah, qué romántico es el hombre de mi vida! —dijo ella suspirando—. Ven, vamos a ver.

Se quitó el delantal, lo colgó detrás de la puerta, se alisó el pelo y le tendió una mano. Así marcharon a través del patio y entraron en la cocina. Waite olfateó con entusiasmo.

—Huele bien. ¿Dónde están los chicos? Joseph entendía el inglés, a pesar de que no lo hablaba. Levantando los ojos de la cocina, repuso:

—Nkosi, están en la galería del frente.

Joseph tenía la típica cara de luna llena de los zulúes y al sonreír mostraba sus enormes dientes blancos contra la negrura de su piel.

—Están jugando con la pierna de madera de Nkosizana Garry.

El rostro de Waite se arrebató:

—¿Cómo la encontraron? —preguntó.

—Nkosizana Sean quiso saber dónde estaba y yo le dije que usted la había guardado en el armario de la ropa blanca.

—¡Eres un tonto! —le gritó Waite y soltando la mano de Ada corrió a la galería. Al llegar al salón oyó gritar a Sean y de inmediato el ruido sordo de una caída en la galería. Se detuvo en seco. No podía soportar hacer frente al terror de Garrick. Se sintió enfermo de aprensión y de furia contra Sean.

Entonces los oyó reír.

—Sal de encima, hombre, no te quedes así, aplastándome.

Y, aunque no pudiese creerlo, la voz de Garry:

—Perdona, se me trabó en un tablón del piso.

Waite se acercó a la ventana y miró hacia la galería. Garrick y Sean estaban tendidos, el uno sobre el otro, en un extremo. Sean seguía riendo y en la cara de Garrick había una sonrisa forzada y temerosa. Sean se levantó.

—Vamos, ponte de pie.

Al decir esto dio una mano a Garrick y lo levantó hasta que quedó de pie. Allí permanecieron los dos, abrazados, con Garrick sosteniéndose apenas sobre la pierna de madera.

—Si fuera yo, te apuesto cualquier cosa a que caminaría en seguida —comentó Sean.

—Te apuesto a que no. Es bien difícil.

Sean lo soltó y retrocedió, los brazos extendidos y prontos a sostenerlo.

—Ven.

Sean caminaba retrocediendo y Garrick lo seguía torpemente, los brazos extendidos como alas mientras luchaba por mantener el equilibrio, el rostro tenso de concentración. Al llegar al final de la galería se aferró a la baranda con las dos manos. Esta vez rió a la par de Sean.

Waite reparó entonces en que Ada estaba junto a él. Al mirarla, le dirigió con los labios un mensaje mudo.

—Vamos. —Ada lo tomó del brazo.