Sean volvió a casa el viernes siguiente por la tarde. Tenía un ojo negro. El golpe no era reciente, pues los bordes estaban ya verdosos. Mostró gran reticencia en cuanto a cómo le había sucedido. Trajo, además, una cantidad de huevos de colibrí que regaló a Garrick, una víbora de boca roja en una caja de cartón, a la cual Ada no tardó en condenar a muerte, a pesar de la apasionada defensa de Sean. Por último le trajo un arco tallado de madera de M'senga, a juicio de él, la mejor madera para arcos.
Su llegada produjo el cambio habitual en la casa de Theunis Kraal. Más ruido, más movimientos, más risas.
Esa noche sirvieron un enorme asado con papas con cáscara, comida predilecta de Sean, que engulló como un pitón hambriento.
—No te metas tanta comida en la boca —lo reprendió Waite desde la cabecera, pero no pudo evitar la nota de afecto en el tono. Era difícil no mostrar favoritismo con sus hijos. Sean aceptó la observación de buen talante.
—Papá —dijo—. La perra de Frikkie Oberholster tuvo cachorros esta semana. Seis.
—No —dijo Ada con firmeza.
—Vamos, mamá, uno solo.
—Oíste a tu madre, Sean.
Sean echó salsa sobre la carne, cortó una papa por la mitad y levantó una de ellas. Había merecido la pena. En realidad no esperaba que accediesen.
—¿Qué te enseñaron esta semana? —le preguntó Ada. Era una pregunta embarazosa. Sean había aprendido tanto como era requerido para evitar dificultades y nada más.
—Muchas cosas —dijo con aire despreocupado y, para cambiar de tema, preguntó—: ¿Terminaste ya la pierna de Garry, papá?
Hubo un silencio. La cara de Garrick se volvió impasible. Fijó la vista en su plato. Sean se llevo a la boca la otra mitad de papa y habló con la boca llena.
—Si la terminaste ya, podemos ir mañana a pescar a las cascadas.
—No hables con la boca llena —le dijo Waite con inusitada violencia—. Comes como un cerdo.
—Perdón, papá —murmuró Sean. El resto dé la comida transcurrió en un pesado silencio y tan pronto como terminó, Sean se refugió en su dormitorio. Garry lo siguió, saltando en una pierna y sosteniéndose con una mano contra la pared.
—¿Por qué está tan furioso? —preguntó Sean con resentimiento tan pronto como estuvieron a solas.
—No sé —dijo Garry. Se sentó en la cama y agregó—: A veces se enoja por cualquier cosa, ya lo sabes.
Sean se quitó la camisa por sobre la cabeza, hizo un rollo con ella y la arrojó contra la pared más alejada.
—Es mejor que la levantes, o habrá líos —le advirtió Garrick con suavidad. Sean dejó caer sus pantalones y los envió de un puntapié a donde estaba la camisa. Con este despliegue de rebeldía se sintió mejor. Se detuvo entonces desnudo delante de Garrick y le dijo, lleno de orgullo. ¡Mira! ¡Pelos!
Garrick los miró de cerca. Sin duda eran pelos.
—No son muchos —Garrick no pudo disimular la envidia en su tono.
—Te apuesto a que tengo más que tú —lo desafió Sean—. Vamos a contarlos.
Garrick sabía, no obstante, que saldría perdedor, de modo que se deslizó de la cama y atravesó el cuarto saltando en una pierna. Apoyado contra la pared, recogió las ropas de Sean, las trajo junto al canasto de ropa sucia y las metió dentro. Sean lo observaba y pronto recordó la pregunta sin respuesta.
—¿Terminó ya tu pierna papá, Garry?
Garry se volvió muy despacio, tragó saliva y asintió con un solo movimiento, una sacudida de cabeza, en realidad.
—¿Cómo es? ¿La probaste?
El terror volvió a apoderarse de Garrick. Miró de un lado a otro como buscando una puerta de escape. Afuera, junto a la puerta, se oyeron pasos. Sean se zambulló en su cama y mientras se cubría con las sábanas se puso el camisón. Garrick estaba aún de pie junto al canasto de ropa sucia cuando Waite Courteney entró en el cuarto.
—¡Vamos, Garry! ¿Qué estás esperando?
Garrick se acercó a su cama y Waite miró a Sean, quien le dirigió una sonrisa con toda la simpatía que irradiaba de su belleza. El rostro de Waite se suavizó a su vez en una sonrisa.
—Es lindo tenerte aquí, hijo. —Era imposible seguir enojado con Sean.
Con una mano tiró del pelo negro y espeso de su hijo.
—Bien, no quiero conversación aquí una vez apagada la luz, ¿eh? Al mismo tiempo, siguió tirándole del pelo con suavidad, algo avergonzado de la intensidad de sus sentimientos hacia su hijo.