Llevaron a Garrick de regreso a Theunis Kraal esa misma noche. Waite Courteney conducía el coche muy despacio y con mucho cuidado y Sean cabalgaba detrás, muy rezagado. Sentía frío bajo su delgada camisa oliva y tenía el estómago revuelto por lo que había vista. Además tenía moretones en el brazo, donde su padre lo había aferrado para obligarlo a mirar.
Los sirvientes habían encendido linternas en la galería. Estaban inmóviles en la sombra, silenciosos y preocupados. Cuando Waite llevó el cuerpo envuelto en mantas por la escalera del frente, uno de ellos preguntó en voz baja, en zulú:
—¿La pierna?
—No la tiene ya —dijo Waite lacónicamente.
Todos suspiraron al mismo tiempo y la voz volvió a preguntar:
—¿Está bien?
—Está vivo —repuso Waite.
Llevó a Garrick entonces al cuarto reservado para huéspedes y enfermos. Mientras su mujer cambiaba la cama, permaneció en el centro del cuarto con su hijo en brazos Después lo puso en la cama y lo cubrió.
—¿Hay algo más que podamos hacer? —preguntó Ada.
—Esperar.
Ada buscó a tientas la mano de su marido.
—¡Dios mío, que viva! —murmuró—. ¡Es tan joven!
—¡Sean es culpable! —estalló Waite—. Garrick jamás habría hecho eso por su propia iniciativa, —Waite trató de apartar la mano de la de Ada.
—¿Qué piensas hacer?
—¡Le daré una paliza! ¡Voy a deshacerlo a golpes!
—No, Waite, por favor.
—¿Qué quieres decir?
—Ya está castigado. ¿No le viste la cara?
Los hombros de Waite se encorvaron en un gesto de fatiga. Se sentó en el sillón junto a la cama y Ada le acarició la mejilla.
—Yo me quedaré con Garrick. Tú, ve, a dormir un poco, por favor querido.
—No —dijo Waite. Ada se sentó entonces en el borde del sillón y Waite le rodeó la cintura con un brazo. Después dé un largo rato se quedaron dormidos, muy juntos, en el sillón junto a la cama.