Este libro es, cabalmente, una novela histórica. Es decir, que toma pie en circunstancias históricas reales, que sucedieron de verdad, o al menos así las relatan las Crónicas, y las envuelve en otras circunstancias imaginadas para construir un relato de ficción.
Es verdad históricamente asentada que Alfonso II, rey de Asturias, designó heredero a Ramiro, hijo del rey Bermudo. Es verdad que Ramiro, recién nombrado, fue a buscar esposa a la entonces naciente Castilla, y que esa esposa se llamaba Paterna, aunque otras fuentes la llaman Urraca. Es verdad que, en ausencia del elegido, un magnate llamado Nepociano dio un golpe de estado. Es verdad que este Nepociano era cuñado del rey, aunque no es posible decir qué grado exacto de parentesco quería indicar la palabra cognatus que aparece en las crónicas; y la única pariente femenina que se atribuye a Alfonso, aunque sin datos fehacientes, se llamaba Jimena. Es verdad que hubo una batalla en Cornellana y que, en ella, los partidarios de Nepociano abandonaron el combate dejando solo al usurpador. Es verdad que los condes de palacio Sonna y Escipio capturaron a Nepociano y lo llevaron en presencia del rey. Es verdad, en fin, que Ramiro sentenció a Nepociano a que le fueran arrancados los ojos y permaneciera encerrado en un convento. Todo esto forma parte de la Historia.
Además de estas circunstancias, concurren en este libro otros datos, hechos y personajes enteramente verídicos. Las aceifas musulmanas sobre la llanada de Álava son bien reales, incluida la ritual decapitación masiva. Lo es también la identidad de los personajes de la corte cordobesa: Abderramán, su favorita Tarub, el eunuco Nasr, el alfaquí Yahya, el heredero Mohamed y sus dos madres, Buhyar, la biológica, y Al-Shifá, la de leche. La peripecia personal del eunuco Nasr Abu el-Fath fue, con muy pocas licencias, tal y como se narra en este libro. También es real la conspiración de Tarub y Nasr contra el príncipe Mohamed, así como la narración del episodio de la destrucción de Eio. No es verídica, por el contrario —o al menos no consta, aunque sea verosímil—, la intervención cordobesa en el golpe de Nepociano ni la expedición de Mohamed sobre Oviedo.
Hay en El reino del norte otras circunstancias que oscilan entre la realidad y la ficción. El personaje de Jimena, por ejemplo, toma base en fuentes más legendarias que históricas y su matrimonio con Nepociano es pura hipótesis. Gomelo fue obispo de Oviedo en la época en que se sitúa la narración, pero Serrano no lo fue hasta bastante más tarde. Lo mismo vale para los obispos Ataúlfo de Iria-Compostela y Adulfo de Lugo, así como el abad Gladila, que existieron realmente, pero cuya participación en los hechos es imaginaria. Más: aunque los hijos de Ramiro fueron en verdad Ordoño y Aldonza, la crónica cristiana le añade otro vástago llamado García del que no hay más noticias, y es la crónica musulmana (la de Ibn Idhari) la que consigna como hijo de Ramiro al joven Gatón, al que más tarde se verá repoblando el Bierzo. Asimismo, parece claro que Rodrigo de Castilla —el que sería el primer conde titular del territorio— estaba vinculado familiarmente al matrimonio de Ramiro y Paterna, muy posiblemente por vía de esta última, aunque no consta de manera fehaciente que fuera en realidad su hermano.
Por lo demás, las circunstancias familiares de Paterna nos son desconocidas. Nuestra elección del paraje de Villarcayo-Cigüenza para asentar su cuna es enteramente discrecional. Lo es también, por cierto, el situar a Ramiro Bermúdez como señor de la sierra del Édramo, y si en este libro aparece en tal posición es por simple amor a ese bello rincón gallego. Es muy posible, sin embargo, que Ramiro y su familia mantuvieran algún tipo de vinculación con el monasterio de Samos. En cuanto a la batalla de Cornellana, sabemos que existió, pero ignoramos cómo fue porque la crónica no nos lo dice; lo que se ha reconstruido en estas páginas es producto de la imaginación, aunque intentando en todo momento que aquello que no es real sea, por lo menos, verosímil. Y por supuesto, el personaje de Hernán de Mena es enteramente imaginario, como enseguida habrán adivinado los lectores de El Caballero del Jabalí Blanco.
Para separar la historia de la ficción, no podemos sino remitir a nuestro volumen La gran aventura del reino de Asturias (La Esfera de los Libros), donde se relatan los hechos de la monarquía asturiana tal y como la crónica nos los ha legado. En lo demás, El reino del norte solo pretende entretener al lector transportándole a un mundo que existió, que fue nuestro, que es nuestro aún, imaginando cómo pudo ser todo lo que la Crónica omite. No se vea el ejercicio como un abuso literario, sino como una manifestación de amor a aquel tiempo.
Una cosa más: Nepociano, aun ciego y encerrado, planificó y ejecutó efectivamente su venganza. Pero eso, con la benevolencia del lector, será objeto de un próximo libro.