DIA J

El último día del verano ha llegado. El fin del mundo empieza a notarse en las playas de Formentera. Matilda se ha ido sin dejar su dirección. El viento se escurre entre las tapias de piedras, y bajo los pies. El cielo es inexorable. En las Baleares, los dominios del silencio se hacen cada vez más grandes.

Epicuro preconiza concentrarse en el presente, en la plenitud del simple placer. ¿Es preferible el placer a la felicidad? Más que plantearse la pregunta sobre lo que dura el amor, ¿acaso aprovechar el instante es el mejor modo de prolongarlo? Seremos amigos. Amigos que se cogen de la mano, que toman el sol morreándose, que se interpenetran con delicadeza contra la pared de una casa de campo escuchando a Al Green, pero amigos al fin y al cabo.

Una jornada espléndida bendijo nuestro aniversario. En la playa nadamos, dormimos, felices en un Mundo Feliz. El camarero italiano del pequeño chiringuito me reconoció:

—Hello, my friend. ¡Marc Marronier!

Le respondí:

—Marc Marronier ha muerto. Yo lo he matado. A partir de ahora soy el único que está aquí y me llamo Frédéric Beigbeder.

No oyó nada a causa de la estridencia de la música. Compartimos un melón helado. Volví a ponerme el reloj. Por fin me había convertido en mí mismo, reconciliado con la Tierra y el tiempo.

Y llegó la noche. Después de dar un rodeo y de pasar por Anselmo para beber un gin-Kas escuchando el chapoteo de las olas contra el pontón, regresamos a casa.

Las velas y las estrellas iluminaban la noche. Alice preparó una ensalada de aguacate con tomate. Encendí un bastoncillo de incienso. Entre interferencias, la radio emitía un viejo disco de flamenco. Las costillas de cordero se chamuscaban en la barbacoa. Las lagartijas se escondían entre los azulejos. De repente, los grillos se callaron. Se sentó cerca de mí sonriendo de emoción. Nos tomamos dos botellas de rosado cada uno. ¡Tres años! ¡La cuenta atrás había terminado! Lo que yo no sabía es que una cuenta atrás es un comienzo. Al final de la cuenta atrás, el cohete despega. ¡Aleluya! ¡Alegría! ¡Maravilla! ¡Y pensar que me angustiaba como un imbécil!

Lo más fantástico de la vida es que continúa. Nos besamos lentamente, cogidos de la mano bajo la luna de color naranja, escuchando el porvenir.

Miré mi reloj: eran las 23 horas, 59 minutos.

Verbier-Formentera, 1994-1997