El sol es ineluctable. Quizás no se note, pero he tardado horas en encontrar esa frase. Los pájaros pían, es así como me doy cuenta de que ya es de día. Incluso los pájaros están enamorados. Es el verano en el que las Fugees volvieron a grabar Killing me softly with his song de Roberta Flack y sé que lo recordaré.
—¿Sabes que mañana es el aniversario de nuestros tres años juntos, Marc?
—¡Shhht! ¡Cállate! No nos importa, ¡no queremos saberlo!
—A mí me parece mono, yo no veo por qué tú tienes que ser desagradable.
—No soy desagradable, simplemente tengo que trabajar.
—¿Quieres que te diga algo? Eres un egoísta pretencioso, te interesas tanto a ti mismo que resulta repugnante.
—Para poder amar a alguien, antes hay que amarse a uno mismo.
—¡Tu problema es que te quieres tanto a ti mismo que no hay sitio para nadie más!
Ella se ha marchado a lomos de mi scooter, levantando tras de sí un mágico rastro de polvo sobre el camino pedregoso. No he intentado seguirla. Unas horas más tarde, ha regresado y le he pedido perdón besándole los pies. Le he prometido que para celebrar nuestro aniversario haríamos una barbacoa a solas. Las flores del jardín estaban amarillas y rojas. Le he preguntado:
—¿Cuándo me dejarás?
—Dentro de diez kilos.
—¡Eh! ¿Qué culpa tengo yo de que la felicidad engorde?
En ese mismo instante, en París, un artista llamado Bruno Richard escribe en su Diario la siguiente frase: «La felicidad es el silencio del dolor.» Después de eso, puede morirse tranquilo.
Mañana hará tres años que vivo con Alice.