DIA J-5

La camarera de escote dorsal se llama Matilda. Está bueeeena. Jean-Georges le ha cantado la canción de Harry Belafonte: Matilda she take me money and run Venezuela.

Creo que podría enamorarme de ella si no echara tanto de menos a Alice. En el bar Ses Roques, la invitamos a bailar. Daba palmadas con sus manos mates, ondulaba las caderas, su melena daba vueltas. Tenía pelos en las axilas. Jean Georges le preguntó:

—Disculpe, señorita, estamos buscando un lugar para dormir. ¿No tendría sitio en su casa, por favor?

Llevaba una fina cadena de oro alrededor de la cintura y otra alrededor del tobillo. Por desgracia, Matilde no cogió nuestro dinero ni se marchó a Venezuela. Se limitó a liar unos porros con nosotros, hasta que nos quedamos dormidos bajo las estrellas. Sus dedos eran largos y ágiles. Lamía el papel de fumar con aplicación. Creo que todos estábamos bastante turbados, incluso ella.

De regreso a la Casa, hechos polvo, Matilda me agarró la polla con el cuerpo. Tenía un coño gigante pero musculoso que olía a vacaciones. Su pelo apestaba a sinsemilla. Gritaba tan fuerte que Jean-Georges tuvo que llenarle la boca para hacerla callar: luego intercambiamos las posturas antes de eyacular a coro sobre sus grandes y firmes senos. Justo después de correrme, me desperté entre sudores, muerto de sed. Un auténtico ermitaño no debería abusar de estas plantas exóticas.

Dentro de cinco días hará tres años que vivo con Alice.