1. DÍA J-7

Casa Le Moult. Estoy en Formentera para terminar esta novela. Será la última: termino la trilogía (en la primera, me enamoraba; en la segunda, me casaba; en la tercera, me divorcio y me vuelvo a enamorar. El ciclo se cierra). Por más que intentes innovar en la forma (palabras extrañas, anglicismos, giros extravagantes, eslóganes publicitarios, etc.), y en el fondo (night-clubbing, sexo, droga, rock and roll…), te das cuenta enseguida de que lo único que querías era escribir una novela de amor con frases muy simples, es decir, lo que resulta más difícil.

Oigo el ruido del mar. Por fin ralentizo. La velocidad te impide ser tú mismo. Aquí los días tienen una duración que puede leerse en el cielo. Mi vida parisina carece de cielo. Parir una frase publicitaria, enviar un artículo por fax, atender el teléfono, rápido, correr de una reunión a otra, comer de pie y a toda velocidad, deprisa, deprisa, salir echando leches en scooter para llegar tarde a un cóctel. Mi existencia absurda bien se merecía un frenazo. Concentrarse. Hacer sólo una cosa a la vez. Acariciar la belleza del silencio/Disfrutar de la lentitud. Escuchar el perfume de los colores. Todas esas cosas que el mundo quiere prohibirte.

Todo está por rehacer. Hay que reorganizarlo todo en esta sociedad. Actualmente los que tienen dinero no tienen tiempo, y los que tienen tiempo no tienen dinero. Librarse del trabajo es tan difícil como librarse del paro. El ocioso es el enemigo público número uno. Se ata a las personas con el dinero: sacrifican su libertad para pagar sus impuestos. No hay que andarse con rodeos: el reto del próximo siglo consistirá en suprimir la dictadura de la empresa.

Formentera, pequeña isla… Satélite de Ibiza, en la constelación de las Baleares. Formentera es como Córcega sin bombas, Ibiza sin discotecas, Moustique sin Mick Jagger, Capri sin Hervé Vilard, el País Vasco sin lluvia.

Sol blanco. Paseo en Vespa. Calor y polvo. Flores secas. Mar turquesa. Olor a pinos. Canto de grillos. Lagartijas miedosas. Ovejas que hacen beeee.

—No existe beeeee —les respondo.

Sol rojo. Gambas a la plancha. Vamos a la playa. Estrellas del cielo. Gin con limón. Buscaba sosiego y aquí lo tengo, en un lugar en el que hace demasiado calor para escribir frases largas. Se puede estar de vacaciones en otra parte que no sea el coma. El mar está lleno de agua. El cielo no deja de moverse. Las estrellas desfilan. Respirar el aire debería siempre ser una ocupación de dedicación exclusiva.

Es la historia de un tío que se encierra solo en una isla para terminar un libro. El tío lleva una vida loca, por eso le resulta extraño encontrarse a solas consigo, en plena naturaleza, sin televisión, ni teléfono. En París, tiene prisa, se las da de dinámico, aquí no se mueve en todo el día, sale a pasear por la noche, siempre solo. Barnabooth en Florencia, Byron en Venecia, el panda del zoo de Vincennes son sus modelos. La única persona a la que saluda es la camarera del San Francisco. El tío lleva una camisa negra, unos tejanos blancos, y unos Tod’s. Bebe pastís y gin-lemon. Come patatas fritas y tortillas. Escucha un solo disco: La sonata a Kreutzer por Arthur Rubinstein. Ayer incluso lo habrías visto aplaudiendo un gol francés en el partido Francia-España, lo cual resulta de mal gusto pero valiente cuando uno es el único francés en un bar, en España, en un puerto. Si te cruzas con ese tío, sin duda pensarás: «¿Pero qué coño hace este parisino de mierda en la fonda fuera de temporada?» Eso me duele un poco, ya que el tío en cuestión resulta que soy yo. Así que, punto en boca, gracias. Soy el ermitaño que le sonríe al viento tibio.

Dentro de una semana hará tres años que vivo con Alice.