43. EPISODIO MEZQUINO

Los esposos cenan, los amantes almuerzan. Si ves a una pareja en un bar al mediodía, intenta sacarles una foto y te echarán la bronca. Intenta lo mismo con otra pareja, por la noche: la pareja te sonreirá y posará para tu flash.

Recién llegada de sus vacaciones conyugales, Alice volvió a llamarme. Tras ponerme en su lugar, imaginando lo que podía ocurrir dentro de su cabeza, le propuse fríamente comer juntos, los dos solos.

—Llevaré un proyector de diapositivas.

No le hizo gracia, lo cual me vino de perlas, ya que no pretendía ser gracioso. Desde su llegada, me jura que ha sido horrible, me certifica que nunca han hecho el amor, pero la interrumpo:

—No te preocupes. Pasaré este fin de semana con Anne.

Todos sabemos que es falso, menos Alice, que acaba de recibir un misil Scud en toda la jeta.

—Ah.

—Así que —retomando el curso de la conversación yo—, ¿qué tal el viaje?

Alice me pega una bofetada y, sin embargo, es ella la que se pone a llorar. Últimamente colecciono las cenas melodramáticas. Una suerte: en esta ocasión no tenemos vecinos de mesa. Mala suerte: incluso Alice se va. El restaurante no estará demasiado animado. Por más que me regodee en mi venganza, «permanezco solo con mi corazón lleno de limosnas» (Paul Morand), y vuelvo a beber hectolitros, hasta que no puedo mantenerme en pie, ni siquiera sentado. Otra cena sin comer nada. La venganza es un plato que no se come.

Lo sorprendente no es que nuestra vida sea una obra de teatro, sino que haya tan pocos personajes.