41. CONJETURAS

Entonces ocurrió algo terrible: empecé a dormir con los calcetines puestos. Tenía que reaccionar si no quería acabar bebiéndome mi propia orina. Daba vueltas en la cama pensando en lo que le había dicho a Jean-Georges. ¿Y si tuviera razón? Tenía que llamar a Anne. Después de todo, ya que Alice no me quería, puede que divorciarme fuera un error. No todo estaba perdido: mucha gente vuelve a enamorarse de su esposo a la mañana siguiente de haberse divorciado. Sin ir más lejos: Adeline y Johnny. No, este ejemplo no sirve. Veamos, Liz Taylor y Richard Burton. Tampoco es mucho mejor que digamos.

Podría recuperar a Anne. Hay que recuperar a Anne. Todo era recuperable. No lo habíamos intentado todo. Íbamos a intentarlo todo. A base de no hablarnos por respeto el uno al otro, nos habíamos dejado sin decirnos nada. Volveríamos a estar juntos, pronto volveríamos a reír evocando nuestra separación. Peores momentos habíamos pasado.

No, pensándolo bien, no habíamos pasado peores momentos. En otros tiempos los matrimonios resistían este tipo de malos tragos. La sociedad en la que hemos nacido se fundamenta en el egoísmo. Los sociólogos lo llaman individualismo, aunque existe una palabra más simple: vivimos en la sociedad de la soledad. Ya no hay familias, ya no hay pueblos, ya no hay Dios. Nuestros antepasados nos han librado de todas estas opresiones y en lugar de eso han encendido la televisión. Estamos abandonados a nosotros mismos, incapaces de interesarnos por nada excepto nuestro propio ombligo.

Pese a todo, decidí trazar un plan. Esperaba no tener que llegar a este extremo, pero la partida de Alice de vacaciones con su marido merece una respuesta nuclear. Esta vez echaremos la dignidad al río. Mi plan consiste en llamar a Anne. Descuelgo el teléfono con una sonrisa que me gustaría que fuera maquiavélica y que sólo consigue ser de turbación.