39. EL DESCENSO CONTINÚA

Mejor que os avise de antemano: no parece claro que esta historia tenga un final feliz. Las últimas semanas constituyen los más tristes y magníficos recuerdos de mi vida, y nada me permite pensar que la situación no vaya a prolongarse. Por más que intente forzar el destino, éste no está hecho de barro.

El fin del mundo tuvo lugar la semana pasada. Alice me telefoneó para decirme que se marchaba de vacaciones con Antoine para intentar arreglar las cosas. Esta vez, se acabó de verdad. Colgamos sin siquiera decirnos adiós. Mi amor es Hiroshima. Para que veáis cuáles son los destrozos que puede llegar a causar la pasión: uno casi acaba citando a Marguerite Duras.

Observo cómo una mosca se golpea contra la ventana de mi cuarto y pienso que se parece a mí: hay un cristal entre ella y la realidad.

La doble vida es el lujo de los esquizofrénicos. Alice tiene la mantequilla y el dinero de la mantequilla: la pasión prohibida conmigo, y su pequeño mundo confortable con su marido. ¿Por qué tener una sola vida si se pueden tener varias? Ella cambia de tío como se cambia de canal de televisión (espero, por lo menos, que yo sea «Eurosport»).

Se acabó. S.E. A.C.A.B.Ó. Resulta increíble que pueda escribir estas siete letras con tanta facilidad, cuando resulta que soy incapaz de aceptarlas. A veces, atravieso crisis de megalomanía: si ella no me quiere, me convenzo a mí mismo, ¡pues yo tampoco la quiero ya! ¿Que no está a mi Altura? ¡Peor para esa estúpida! Pero semejantes sobresaltos de orgullo no suelen durar, ya que no tengo un instinto de supervivencia demasiado desarrollado.

Os ruego que me disculpéis, los escritores son seres lastimeros, espero no aburriros demasiado con mi dolor. Escribir es quejarse. No existe demasiada diferencia entre una novela y una reclamación en el servicio de correos. Si pudiera actuar de otro modo, no me quedaría encerrado en mi casa escribiendo a máquina. Pero no tengo elección: nunca conseguiré hablar de otra cosa.

Mirad lo que me he convertido… Escribo el mismo libro que los demás… Malentendidos entre enamorados que se buscan para no encontrarse… Abandonas a una mujer por otra que no te corresponde… ¿Qué me está pasando? ¿Qué fue de mis noches decadentes? Me lío con los problemas sentimentales de gente sin ningún interés… Parece el nuevo cine francés… Contemos los problemas de gente que no tiene problemas… Pero es la primera vez que experimento semejante necesidad física de escribir… Antes, cuando me hablaban de «necesidad», fingía comprender, pero no sabía en absoluto de qué me hablaban… Incluso esta autodenigración es una enésima forma de protección… (Gracias, Drieu, gracias, Nourissier…) No tengo nada más que contar… Un día tenía que salir… Hasta que uno no escribe la novela de su divorcio no ha escrito nada… Quizás no resulte tan inútil tomar el caso de uno por una generalidad… Si soy banal, puede que sea universal… Hay que huir de la originalidad. Aplicarse en los temas eternos… Basta ya de ironías… Estoy aprendiendo la sinceridad… Siento que en el fondo de esta angustia hay un río que fluye, y que si lograse sacar este manantial a la superficie, podría ayudar a los «felices don nadies» que ya hayan frecuentado un abismo semejante. Me gustaría advertirles, contárselo todo, para que este tipo de desengaño no les ocurriera. Es una misión que me impongo, y me ayuda a ver más claro. Pero no resulta imposible pensar que el río siga siendo eternamente subterráneo…