34. LA TEORÍA DEL ETERNO RETORNO

Cuando les comunico mi ruptura a mis padres (divorciados en 1972), intentan hacerme entrar en razón. «¿Estás seguro?» «¿Seguro que no tiene vuelta atrás?» «Piénsatelo bien.» El psicoanálisis tuvo una influencia considerable en los años sesenta; sin duda, eso explica por qué mis padres están convencidos de que tienen la culpa de todo. Están mucho más preocupados que yo: por eso ni siquiera les hablo de Alice. Con una catástrofe, ya es suficiente. Serenamente, les explico que el amor dura tres años. Discrepan, cada uno a su manera, pero no resultan demasiado convincentes. Su amor no duró mucho más. Me quedo pasmado al escucharles revivir su historia a través de la mía. No me puedo creer que mis padres hayan esperado tanto, pensado tanto, y, finalmente, hayan creído que yo sería diferente de ellos.

Estamos en este mundo para volver a vivir los mismos acontecimientos que nuestros padres, en el mismo orden, del mismo modo que ellos cometieron los mismos errores que sus padres, y así sucesivamente. Pero no pasa nada. Lo peor es cuando uno mismo vuelve a cometer las mismas estupideces una y otra vez. Y, no obstante, ése es mi caso.

Vuelvo a meterme en el mismo atolladero cada tres años. Una y otra vez, vuelvo a experimentar un perpetuo déjà-vu. Mi vida se repite. Debo de estar programado en bucle, como un compact-disc cuando vuelves a presionar la tecla «repeat». (Me gusta compararme a máquinas, ya que las máquinas son fáciles de reparar.) No se trata de un chiste recurrente, sino de una pesadilla totalmente real: imaginad una atroz montaña rusa con loopings nauseabundos y caídas vertiginosas. Te embarcas una vez y ya tienes suficiente. Bajas del tiovivo gritando: «¡Oh! ¡He estado a punto de vomitar la primera papilla tres veces, no me volverán a ver el pelo!» Pues a mí, me vuelven a ver el pelo. Estoy abonado al Tobogán Infernal. Vivo en un permanente Dragon Kahn.

Por fin comprendo la frase de Camus: «Hay que imaginar a Sísifo feliz.» Quiso decir que uno repite toda su vida las mismas estupideces pero que puede que la felicidad consista precisamente en eso. Tengo que agarrarme a esta idea. Amar tu infelicidad, ya que es rica en golpes de efecto.

Un sueño. Empujo mi roca hasta el boulevard Saint-Germain. La aparco en doble en fila. Un agente de policía me pide que circule, de no ser así se verá obligado a ponerle una multa a mi roca. Tengo que desplazarla y, de repente, se me escapa y empieza a rodar por la rue Saint-Benoît, cada vez más deprisa. He perdido el control: hay que recordar que, de todos modos, el bloque de granito pesa seis toneladas. Al llegar a la esquina de la rue Jacob, se estrella contra un pequeño coche deportivo. ¡Ay! El capó, la puerta y el monín que conducía resultan triturados. Tengo que rellenar el parte ante su viuda, una mujer sexy hecha un mar de lágrimas. Le muerdo el hombro. En la casilla correspondiente a la matrícula, escribo: «S.I.S.I.F.O» (modelo de segunda mano). Y vuelvo a subir por la rue Bonaparte, empujando mi roca, sudando sangre y agua, centímetro a centímetro, para, finalmente, dejarla en el parking de Saint-Germain-des-Prés. Mañana, el mismo circo volverá a empezar. Hay que imaginarme feliz.