31. EL AMANTE DIVORCIADO

Actualmente evito pasar por la place Dauphine, salvo cuando estoy lo bastante cascado para enfrentarme a ella, como esta noche, por ejemplo, en la que, por puro masoquismo, me he sentado en nuestro banco. Los barcos turísticos iluminan el Pont-Neuf. Por unos pocos metros de margen, casi llegamos a ser los amantes del Pont-Neuf. Tengo frío y espero. Han transcurrido seis meses desde nuestro primer beso en este mismo lugar pero sigo teniendo una cita contigo. Nunca habría imaginado acabar en semejante estado. Deben de haberme castigado por algo que ignoro, debo de estar expiando alguna otra cosa, eso es, de no ser así no comprendo por qué iban a someterme a semejantes pruebas. Me despierto llorando, lloriqueo al acostarme y, entre ambas fases, me compadezco de mí mismo. Quería ser Laclos y he acabado siendo Musset. El amor es incomprensible. Cuando lo ves en los demás eres incapaz de entenderlo, y todavía menos cuando te ocurre a ti. A los veinte años todavía era capaz de controlar mis emociones, pero hoy ya no tengo ningún poder de decisión. Lo que más me apena es ver hasta qué punto mi amor por Alice ha reemplazado el que sentía por Anne, como si ambas historias fueran vasos comunicantes. Me horroriza haber dudado tan poco. No habrá habido vodevil, ningún dilema entre la «legítima» y la amante, simplemente un ser que ocupa el lugar de otro, sin hacer ruido, sin armar escándalo, como si entrase en mi cerebro de puntillas. ¿Acaso no se puede querer a alguien sin perjudicar a otra persona? Probablemente éste sea el crimen por el cual me toca pagar ahora… Sí, resulta extraño, estoy en la place Dauphine y, no obstante, es en ti, Anne, mi ex mujer, en quien pienso…

Quizás, Anne, quizás algún día, más adelante, dentro de mucho tiempo, nos encontremos en un lugar iluminado; con gente alrededor, con árboles, un rayo de sol, no sé, pajaritos que canten como el día que nos casamos, y entre tanto guirigay nos reconoceremos y recordaremos con nostalgia el tiempo pasado, el de nuestros veinte años, el de nuestras primeras esperanzas, el de las grandes decepciones, la época en la que soñábamos, en la que tuvimos el cielo al alcance de nuestras manos, antes de que nos cayera sobre la cabeza, porque aquel tiempo, Anne, aquel tiempo nos pertenece y nadie podrá robárnoslo jamás.