28. EL FONDO DEL ABISMO

Hola, soy yo otra vez, el muerto viviente de los barrios altos.

Me hubiera gustado ser sólo melancólico, queda muy elegante; en lugar de eso, me debato entre la licuefacción y la delicuescencia. Soy un zombi que, por el hecho de seguir vivo, la emprende a gritos con la muerte. El único remedio contra mi migraña sería un Aspegic 1000, pero debo abstenerme de tomarlo porque me duele demasiado el estómago. ¡Si por lo menos pudiera tocar fondo! Pero no. Desciendo cada vez más, no hay fondo sobre el cual impulsarse de nuevo hacia arriba.

Atravieso la ciudad de parte a parte. Me acerco a espiar el edificio en el que vives con Antoine. Creía haberte seducido para divertirme, y aquí me tienes, deambulando delante de tu puerta, sin apenas poder respirar. El amor es una fuente de problemas respiratorios.

Las luces de vuestro piso están encendidas. Quizás estés cenando, o viendo la tele, o escuchando música mientras piensas en mí, o sin pensar en mí, o quizás estés…, estéis… No, por favor, dime que no lo estás haciendo. De pie, en la calle, me estoy desangrando frente a tu casa, pero no derramo ni una sola gota de sangre, se trata de una hemorragia interna, como si me ahogase en un lugar sin agua. Los transeúntes me miran fijamente: Pero ¿quién será ese tío que cada día se acerca a contemplar la fachada de este edificio? ¿Acaso hay algún detalle arquitectónico que se nos ha pasado por alto? ¿Y si este joven mal afeitado y desgreñado fuera un nuevo indigente? «Fíjate, querida: en nuestro barrio hay indigentes que llevan chaqueta Agnès B.» «Cállate, imbécil, ¿no ves que se trata de un camello?»

Mayo, el feísimo mes de mayo. Con sus interminables puentes: Día del Trabajo, Celebración del 8 de mayo de 1945, Ascensión, Pentecostés. Los largos fines de semana sin Alice se suceden. Terrible privación organizada por el Estado y la religión católica, como si ambos quisieran castigarme por haberles desobedecido. Máster intensivo de sufrimiento.

Aparte de Alice, nada me interesa. Ella ocupa todo mi ser. Ir al cine, comer, escribir, leer, dormir, bailar el jerk, trabajar, todas estas ocupaciones que constituían mi vida de estúpido con un buen sueldo han dejado de tener ningún interés. Alice ha desteñido el universo. De repente, tengo dieciséis años. Incluso me he comprado su perfume para aspirarlo pensando en ella, pero no es lo mismo que percibir su adorable olor de piel enamorada morena indolente largas piernas arrebatadora esbeltez de pelo de lánguida sirena. Todo esto no puede concentrarse en un frasco de perfume.

En el siglo XX, el amor es un teléfono que no suena. Tardes enteras pendiente de cada ruido en la escalera, como tantas falsas alegrías absurdas, ya que, en el último momento, has anulado la cita al mediodía con un mensaje en nuestro buzón secreto. ¿Otra historia adúltera que acaba mal? Pues sí, no es demasiado original, lo siento; ¿qué quieres que haga si esto es lo más grave que me ha ocurrido? Este es el libro de un niño mimado, dedicado a todos los imprudentes que son demasiado puros para vivir felices. El libro de aquellos a los que les toca apechugar con el peor papel y a los que nadie compadece. El libro de aquellos que no deberían sufrir por una separación que ellos mismos han provocado y que, sin embargo, experimentan un dolor tanto más irreparable por cuanto saben que son los únicos culpables de haberlo provocado. Porque el amor no es únicamente: sufrir o hacer sufrir. También puede ser ambas cosas.