Cuando me encuentro con un amigo por la calle, la conversación suele desarrollarse en términos parecidos a éstos:
—¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo te va?
—Mal, ¿y a ti?
—Fatal.
—Bien, pues entonces hasta pronto.
—Adiós.
O es un amigo que me cuenta un chiste:
—¿Sabes cuál es la diferencia entre el amor y el herpes?
—…
—Venga… Piensa… ¿No lo adivinas?
—…
—Con lo fácil que es: el herpes dura toda la vida.
No me río. No le veo la gracia. Debo de haber perdido el sentido del humor por el camino.
Resulta bastante exasperante darse cuenta de que uno se hace las mismas preguntas que todo el mundo. Es una lección de humildad.
¿Hago bien abandonando a alguien que me quiere?
¿Soy un hijo de puta?
¿De qué sirve la muerte?
¿Voy a cometer las mismas estupideces que mis padres?
¿Se puede ser feliz?
¿Es posible enamorarse sin que la cosa termine en sangre, esperma y lágrimas?
¿No podría ganar MUCHO MÁS dinero trabajando MUCHO MENOS?
¿Qué marca de gafas de sol hay que llevar en Formentera?
Tras unas semanas de escrúpulos y torturas, llego a la siguiente conclusión: si tu mujer se está convirtiendo en tu amiga, ha llegado el momento de proponerle a una amiga que se convierta en tu mujer.