Hola a todos, aquí el autor. Bienvenidos a mi cerebro, perdonad mi intrusión. Se acabaron las trampas: he decidido ser mi protagonista. En general, nunca me ocurren cosas graves. Nadie se muere a mi alrededor. Nunca he puesto los pies en Sarajevo, por ejemplo. Mis dramas se urden en restaurantes, discotecas y apartamentos bien decorados. Lo más doloroso que me ha ocurrido en los últimos tiempos fue no ser invitado al desfile de John Galliano. Y, de repente, aquí me tenéis, muriéndome de pena. He conocido el periodo en que todos mis amigos bebían, luego aquel en que todos se drogaban, después la época en que se casaban, y ahora estoy en la fase en la que se separan antes de morir. Este fenómeno, sin embargo, se produce en lugares muy alegres, como esta Voile Rouge en la que me encuentro, una playa tropical donde hace un calor tremendo, eurodance de pie sobre la barra, para refrescar a las lumpen-petardas en bikini se las ducha con Cristal Roederer a cien papeles por botella antes de lamerles el ombligo. Estoy rodeado de risas forzadas. Siento deseos de ahogarme en el mar pero hay demasiadas motos acuáticas.
¿Cómo he podido permitir que las apariencias dicten mi vida hasta llegar a este punto? A menudo se dice que «hay que mantener las apariencias». Yo digo que hay que asesinarlas, es el único modo de salvarse.