2. EL DIVORCIO FESTIVO

Para conducir borracho, basta apuntar bien entre los edificios. Marc Marronier aprieta el acelerador, lo cual tiene como consecuencia un aumento de la velocidad de su scooter. Se inclina entre los coches. Le hacen señales con los faros, tocan el claxon cuando los roza, como en las bodas de los horteras. Ironía del destino: se da la circunstancia de que Marronier está celebrando su divorcio. Esta noche inicia su juerga número 5 bis y no hay tiempo que perder: cinco paradas de una tacada (Castel-Buddha-Bus-Cabaret-Queen) ya resulta arduo, así que imaginad lo que representa la 5 bis que, como su nombre indica, consiste en repetir el mismo recorrido dos veces en una misma noche.

Suele salir solo. Los mundanos son seres solitarios perdidos en un mar de relaciones vagamente indefinidas. Alimentan su seguridad a base de apretones de manos. Cada nuevo beso es un trofeo. Viven el espejismo de creerse importantes saludando a gente famosa mientras que ellos no dan un palo al agua. Se las apañan para frecuentar exclusivamente lugares muy ruidosos para así no tener que hablar. Las fiestas le fueron concedidas al hombre para que pudiera esconder sus pensamientos. Pocas personas conocen a tanta gente como Marc, y, sin embargo, pocas están tan solas como él.

La de esta noche no es una fiesta cualquiera. ¡Es la fiesta de su divorcio! ¡Aleluya! Ha empezado comprando una botella en cada local. Y, por lo visto, también ha dado buena cuenta de ellas.

Marc Marronier, eres el Rey de la Noche, todo el mundo te adora, allá donde vas los dueños de las discotecas te besan en la boca, no tienes que hacer cola como los demás, siempre te dan la mejor mesa, conoces a todo el mundo por su nombre de pila, te ríes con todos sus chistes (sobre todo con los menos graciosos), te invitan a droga, apareces en todas las fotos sin motivo alguno, ¡hay que ver el éxito social que has alcanzado con sólo algunos años como cronista de sociedad! ¡Un auténtico nabab! ¡«Mundanitor»! Pero, entonces, dime, cuéntame, ¿por qué demonios se largó tu mujer?

—Nos hemos separado de común desacuerdo —masculla Marc al entrar en el Bus. Y añade—: Me casé con Anne porque era un ángel, y ése ha sido precisamente el motivo de nuestro divorcio. Creí que estaba buscando el amor hasta el día en que me di cuenta de que lo único que deseaba era huir de él.

Una vez pasado el ángel, cambia de tema:

—Mierda —exclama—, aquí las tías están buenas, debería haberme lavado los dientes antes de venir. ¡Eps! Señorita, es usted hermosa como un corazón. ¿Me permite que la desnude, por favor?

Marc Marronier es así: finge ser un degenerado bajo su trajecito de pana lisa porque le da vergüenza mostrarse tierno. Acaba de cumplir treinta años: la edad espuria en la que uno es demasiado viejo para ser joven y demasiado joven para ser viejo. Para no decepcionar a nadie, hace todo lo posible por estar a la altura de su reputación. A base de querer aumentar las dimensiones de su press-book, se ha ido convirtiendo poco a poco en una caricatura de sí mismo. Le resulta agotador tener que demostrar que es amable y profundo, así que se les da de canalla superficial, adoptando ese comportamiento desordenado, incluso mortificante. Él se lo ha buscado: cuando está en la pista de baile y se pone a gritar: «¡Yupi, acabo de divorciarme!», nadie acude a consolarlo. Sólo los rayos láser atraviesan su corazón como si fueran espadas.

Luego llega esa hora en la que poner un pie delante del otro se convierte en una operación complicada. Regresa dando tumbos a su scooter. La noche es gélida. Circulando a toda pastilla, Marc siente cómo las lágrimas corren sobre sus mejillas. Debe de ser el viento. Sus párpados siguen siendo de mármol. Conduce sin casco. ¿La Dolce Vita? ¿Qué Dolce Vita? ¿Dónde está? Demasiados recuerdos, demasiadas cosas que olvidar, borrar todo eso constituye un duro trabajo, habrá que vivir muchos momentos hermosos para reemplazar los anteriores.

Se reúne con sus amigos en el Barón, en la avenida Marceau. El champán no lo regalan; las chicas, tampoco. Si quieres hacer el amor con dos chicas, por ejemplo, la broma te cuesta 6.000 machacantes, mientras que con una sola cuesta 3.000. Ni siquiera tienen tarifas de ofertas. Y hay que pagar a tocateja; Marc saca dinero del cajero automático con su tarjeta; ellas se lo llevan al hotel, se despelotan en el taxi, se la chupan a dúo, él les coge la cabeza; una vez en la habitación, se embadurnan con crema perfumada, él se folla a una que, a su vez, lame el cuerpo de la otra; al cabo de un rato, incapaz de correrse, finge el orgasmo y se mete en el cuarto de baño para, discretamente, tirar el condón vacío a la basura.

En el taxi de vuelta, de madrugada, escucha:

El alcohol tiene un gusto amargo

El día era ayer

Y la orquesta en un traje algo antiguo

Toca el vacío de mi vida

Desintegrada.

(Christophe, Le Beau Bizarre)

Decide que, de ahora en adelante, siempre se masturbará antes de salir para no caer en la tentación de acabar cometiendo cualquier disparate.