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Aztlán, 2 de junio de 1915

Los soldados del general apuntaron a Lincoln, pero el ruido en la pirámide les hizo girarse justo a tiempo para que éste se refugiara detrás de unas piedras. Diego lo siguió, pero los hombres de Ulises Brul comenzaron a disparar a los del general. Cuando Lincoln volvió a asomar la cabeza, varios soldados de ambos bandos estaban inertes en el suelo, y dos de los hombres del general habían arrojado las armas y con las manos levantadas pedían un alto el fuego. Pero, justo en ese instante, de uno de los laterales salieron el párroco y sus hombres. Los soldados de Ulises Brul los abatieron sin dificultad. Después sacaron a Lincoln y Diego de entre las rocas y los obligaron a subir a la cúspide de la pirámide.

Hércules vio el rostro moreno de Lincoln y sintió como la euforia compensaba su agotamiento y tensión, pero enseguida observó que justo detrás de él, unos hombres armados lo apuntaban.

—Tire la pistola —ordenó el que parecía el hombre al mando.

Hércules dejó el arma lentamente sobre la escalinata. Después levantó las manos. Cuando llegaron a la cima las cosas seguían igual. Alicia semiinconsciente, el general tendido en el suelo y Alma y el profesor quietos junto a la chica.

—Pónganse todos juntos —dijo el capitán.

Los siete se colocaron a un lado de la pirámide mientras el capitán caminaba nerviosamente por la plataforma.

—No sé qué está pasando aquí, pero nadie me robará el tesoro. ¿Comprendido? —dijo el capitán, nervioso. Después miró hacia arriba y contempló la gigantesca plancha de oro.

—Con solo ese oro seremos ricos —dijo el sargento.

—Tendremos que realizar varios viajes. Ellos nos servirán de fuerza de carga, pero debe de haber más por toda la isla —dijo el capitán.

Uno de los hombres ascendió hasta la plancha e intentó extraer un poco de oro, pero era tan grueso que apenas lo arañó. Después descendió hasta el suelo.

—Está muy duro —dijo sorprendido el soldado.

—¿Dónde está el resto del tesoro? —preguntó el capitán a Diego.

El pintor lo miró confundido.

—Si lo que quieren es oro miren en el palacio —dijo el profesor.

—¿Qué palacio? —preguntó el capitán observando la plaza.

—Aquél —dijo el profesor.

El capitán obligó a todos a bajar de la pirámide y cuando estaban en la gran plaza se giró hacia el sargento y dijo en voz alta:

—Por favor, elimine a los heridos y a las mujeres, no van a ser de mucha ayuda.

Lincoln y Hércules se pusieron delante de las mujeres. El capitán hizo un gesto para que se detuvieran.

—Dos héroes, un negro y un anciano. No tiene gracia. Disparen.

Pero desde el cielo comenzaron a caer bolas de fuego y pequeños proyectiles que impactaron en dos de los soldados. Cuando levantaron la vista, la sombra de un gran monstruo se aproximó hacia ellos.