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Unión de Corrientes, 30 de mayo de 1915

Las lagunas comenzaban a rodearle por todas partes. El coche se quedaba atascado en el fango y el camino cada vez se hacía más difícil. Hércules se acercó al pueblo y aparcó junto a lo que parecía el ayuntamiento. No había nadie por la calle y una bruma húmeda tapaba las fachadas de las casas. El único edificio que destacaba un poco era la pequeña iglesia, por lo que se encaminó hacia ella. El portalón estaba entornado, lo empujó levemente y entró. La amplia sala estaba iluminada con algunas velas en los altares, pero la oscuridad era lo único que entraba por los grandes ventanales. Hércules echó a andar hacia el altar mayor, hasta que una voz a su espalda le sobresaltó.

—¿Desea algo?

La cara de rasgos morenos y pelo negro apenas destacaba de la sotana, también negra.

—Padre, me preguntaba si podría ayudarme.

—¿Ayudarle? Siempre que alguien pasa por aquí es porque se ha perdido. ¿Se ha perdido, señor…?

—Hércules Guzmán Fox. Sé adónde me dirijo, si es a eso a lo que se refiere.

—Todos nos dirigimos al mismo sitio —dijo el sacerdote acercándose a uno de los altares y enciendo algunas velas más.

—Simplemente quería preguntarle por un pueblo. ¿Está cerca Mexcaltitán?

—Está al otro lado de la laguna, puede ir en barca o tomar el camino hasta Santa Cruz, desde allí hay un desvío a la ciudad, pero, si no es imprudente preguntarle…, ¿qué busca allí?

—Buena pregunta. Creo que solo busco a unos amigos.

—La amistad es el mayor tesoro que nuestro Dios nos ha dado, no en vano dice que el que tiene un amigo tiene un tesoro.

—Muchas gracias por su ayuda.

Hércules se dispuso a abandonar la capilla, pero la voz seca del párroco le volvió a detener.

—¿No estará buscando Aztlán? Cada poco tiempo viene algún viajero persiguiendo la leyenda de la ciudad perdida de los mexicas.

—¿Por qué cree eso?

—Tiene en sus ojos la llama de los que persiguen la verdad.

El español dudó unos instantes antes de responder.

—¿Qué sabe de Aztlán?

—Sé dónde se encuentra la ciudad, y no es en Mexcaltitán —dijo el sacerdote mientras la luz de la vela alargaba su sombra.

—Pero ¿por qué me cuenta eso?

—He visto nobleza en su respuesta prefiere a sus amigos a las riquezas de Egipto —dijo el sacerdote parafraseando la Biblia.