Chihuahua, 27 de mayo de 1915
Registró la habitación poniéndolo todo patas arriba. Sacó los bocetos de la carpeta y los revisó uno a uno, hasta que observó algo parecido al dibujo de un mapa hecho a lápiz.
—Debe de ser esto —dijo Félix Sommerfeld, con los ojos desorbitados. Llevaba más de una hora revolviendo la habitación, pero por fin había dado con lo que buscaba.
Se acercó al escritorio y extendió el mapa con cuidado. Estaba dibujado a grandes rasgos, sin color, pero podía distinguirse claramente cada una de las partes de la isla. Félix no pudo evitar sonreír. Aquélla era la oportunidad de su vida. Llevaba años trabajando como espía y periodista, pero quería dejarlo todo y retirarse a algún país de Sudamérica. Si era cierto todo el asunto del tesoro, podría pasar el resto de su vida disfrutando de un merecido descanso. Ésa debía de ser una copia del mapa que su gobierno había dado al general Huerta en Madrid.
Tomó el mapa y lo guardó, bajó por las escaleras y le dio a la casera la recompensa prometida. Después se dirigió a una conocida cantina de la ciudad. Allí estaba Sara. Hacía varias semanas que habían comenzado su relación pasional y ella estaba dispuesta a seguirle donde fuera.
Cuando entró en la cantina, Sara estaba hablando amistosamente con unos hombres. Félix sintió como el corazón se le aceleraba, él sabía a qué se dedicaba, pero no podía evitar sentir celos. Al verlo entrar, ella se retiró de la mesa y se acercó a él rápidamente, se enroscó en su cuello y comenzó a besarle.
—Querido, te he esperado impaciente.
Félix la miró indiferente por unos instantes, pero terminó por abrazarla y la besó.
—Lo tengo, Sara, ese maldito pintor hizo un boceto, como imaginaba.
—Déjame verlo —pidió la mujer con los ojos muy abiertos.
Los dos se sentaron en una de las mesas y el hombre extrajo el mapa y lo colocó con cuidado sobre las tablas desgastadas y sucias.
—Sabía que existía —dijo la mujer emocionada.
—No lo sabemos a ciencia cierta. Únicamente es la copia de un mapa, no será fácil llegar hasta el tesoro.
La mujer comenzó a repasar cada símbolo y después miró al hombre.
—Mis dioses me ayudarán a encontrar el lugar. No te preocupes —dijo mientras volvía a besarlo.