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Guadalupe y Calvo, 27 de mayo de 1915

Estaban fuera del territorio dominado por Villa. Habían logrado escapar, pero habían agotado a sus caballos. Tuvieron que robar nuevos animales en un rancho y decidieron atravesar las montañas para llegar lo más rápidamente posible a la costa. Diego Rivera se encontraba agotado, los soldados norteamericanos estaban acostumbrados a largas cabalgatas, pero el pobre pintor tenía los riñones destrozados y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar a aquel ritmo.

El monte era muy escarpado y en muchos puntos apenas podían pasar al borde de acantilados, lo que hacía la marcha más lenta y peligrosa.

Cuando descansaron al borde de un riachuelo para comer y recuperar fuerzas, alguno de los hombres se acercó para hablar con el capitán Ulises Brul.

—Capitán, estamos cada vez más lejos de la frontera. Hemos fracasado en la misión, pero seguimos siendo soldados de los Estados Unidos —se atrevió a decir el cabo John Gómez.

El capitán levantó la vista, después removió con un palo las brasas de la hoguera y se puso en pie.

—Están bajo mis órdenes y yo decido cuándo volvemos a los Estados Unidos.

—Si no regresamos para informar se nos considerará prófugos y no podremos volver jamás. Todos tenemos a nuestras familias allí.

—Les doy la oportunidad de regresar convertidos en hombres ricos. Ahora solo son carne de cañón del ejército. Nunca podrán ascender en la carrera militar —dijo el capitán.

—Pero usted…

—Yo soy capitán gracias al apellido de mi padre, y aun así para ellos soy medio mestizo, pero ustedes son simples mexicanos jugando a ser estadounidenses, lo único que puede convertirlos en ciudadanos de primera clase es el dinero. Eso es lo que les ofrezco, una fabulosa fortuna.

Varios de los soldados asintieron, pero el cabo se mantuvo firme.

—Con su permiso, Gonzáles, Ramos y yo volveremos a los Estados Unidos.

—Si es eso lo que desean —dijo el capitán.

El cabo hizo un gesto a los otros dos hombres para que tomaran los caballos, pero apenas se había dado la vuelta cuando el capitán Ulises sacó su revólver y le disparó. El resto de sus hombres acribilló a tiros a los otros dos soldados. El capitán se acercó hasta los cuerpos y les dio una patada para comprobar que estaban muertos.

—¿Alguien más quiere regresar? —preguntó desafiante al resto de los hombres.

Los soldados agacharon la cabeza ante la horrorizada mirada de Diego Rivera.