Chihuahua, 27 de mayo de 1915
El ejército de Villa iba a llevar a cabo la última ofensiva para librarse de los hombres de Obregón. El general revisó sus filas y arengó a las tropas antes del combate. Aquella mañana le costó encontrar fuerzas, no dejaba de pensar en los malditos gringos que habían intentado asesinarle. Sus hombres los seguían desde aquella misma noche, pero no tenía muchas esperanzas de que dieran con ellos antes de que llegaran a territorio federal.
Se maldijo por su ingenuidad.
—General, el señor Félix Sommerfeld quiere verle —dijo uno de los asistentes.
Villa refunfuñó, pero dio la orden de que trajeran al alemán.
—General, llevo varios días intentando…
—No pretenda engañarme de nuevo, conozco las tretas de su Gobierno. Estoy al tanto de que negociaron con Huerta. Pensaba que los alemanes tenían honor —dijo Villa, cortando al alemán.
—Desconozco otros acuerdos con dirigentes mexicanos —dijo Félix confundido.
—El señor Diego Rivera me informó de primera mano de los acuerdos de su gobierno con el general Huerta en Madrid.
—No sabía nada.
—Nuestro acuerdo queda roto y le doy veinticuatro horas para que abandone el territorio controlado por mis tropas, después se le considerará espía y será ejecutado.
El alemán sabía que Pancho Villa no se andaba con chiquitas. Saludó al general y dejó el campamento. Ese maldito Diego lo había estropeado todo, seguramente era un agente norteamericano. Antes de irse de la ciudad tenía que hacer un par de averiguaciones.