Cañarían, 27 de Mayo de 1915
Las jornadas de viaje eran agotadoras. El general Buendía quería llegar cuanto antes a su destino y los obligaba a cabalgar durante la mayor parte del día. En un par de ocasiones, Lincoln había tenido la oportunidad de escapar, pero temía las represalias que el general hubiera podido tomar contra el resto del grupo.
—¿Cuándo llegaremos? —preguntó Alicia.
Alma miró el rostro de la mujer, no había ninguna duda de que se encontraba agotada y desanimada.
—En dos o tres días más. Por lo menos en las próximas jornadas iremos por la sierra y no tendremos que soportar este calor —dijo Alma sacudiendo un poco su larga falda.
—Tenemos que tener un plan. ¿Qué haremos al llegar? Está claro que no regresaremos con vida de la ciudad —dijo Lincoln.
—Yo creo que deberíamos intentar fugarnos antes de llegar —comentó Alma.
—Pero el profesor está siempre vigilado por el general —dijo Alicia.
—Él está seguro, hasta que no encuentre la ciudad el general Buendía no le hará nada malo —comentó Alma.
—Estoy segura de que Hércules nos encontrará —dijo Alicia.
—México es muy grande y su amigo no sabe adónde nos dirigimos —dijo Alma.
—No importa, de situaciones más difíciles hemos logrado escapar, ¿verdad Lincoln?
El norteamericano se quedó pensativo unos instantes, después miró a Alicia. En las últimas semanas había recuperado su amistad, pero era muy complicado estar con la mujer que más quería en el mundo y no poder protegerla.
—Saldremos de ésta, pero tenemos que idear un plan —contestó Lincoln.
—En la sierra será fácil esconderse, aquí estamos en campo descubierto la mayor parte del tiempo —dijo Alma.
—Esperaremos un día más —dijo Lincoln.
Uno de los soldados se acercó y se puso en medio con su caballo.
—No pueden hablar entre ustedes —dijo separando bruscamente a los caballos.
Lincoln observó la colocación de los soldados. Dos exploradores que siempre les sacaban una o dos horas de camino, tres hombres a la cabecera del grupo, después el general con el profesor Gamio y dos hombres detrás de ellos. Después ellos tres y, tras ellos, otros tres soldados. Debían neutralizar a los tres guardias que tenían detrás e intentar escapar, pero no tenían armas y sería muy difícil sorprenderlos. Se encomendó a Dios, Él siempre le había ayudado en situaciones como ésta, y pensó que volvería a hacerlo.