Al sur de Chihuahua, 26 de mayo de 1915
Todo había salido mal. Tenían que haber matado a Pancho Villa cuando estuvo a su alcance, pero ahora se habían convertido en sus enemigos y él no descansaría hasta verlos muertos. Había pensado en regresar a los Estados Unidos, pero con la misión fracasada sus esperanzas de ascender se habían esfumado. Ulises Brul azuzó a su caballo y contempló las montañas. A su lado cabalgaba torpemente aquel mexicano al que habían secuestrado. Por lo poco que había escuchado de la conversación que habían mantenido él y Villa, tenía el mapa de una antigua ciudad en la que había un tesoro, tal vez fuera ésa su última oportunidad de salir de la incómoda vida de chicano que había vivido en los Estados Unidos.
—¿Cómo se llama? —preguntó Ulises con tono áspero al mexicano.
—Diego, Diego Rivera… —tartamudeó el hombre.
—Diego, no tiene nada malo que temer. Simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
—Últimamente siempre tengo esa sensación —se atrevió a ironizar Diego.
Ulises sacó de uno de sus bolsillos interiores el mapa y lo ojeó por encima.
—La verdad que, más que un mapa, parece un jeroglífico.
—En cierto sentido lo es, los mexicas escribían y usaban símbolos. Si no se conocen esos símbolos es imposible interpretar el mensaje.
—¿Usted conoce esos símbolos? —preguntó Ulises arqueando la ceja.
Diego lo miró en silencio. Si cooperaba tendría alguna posibilidad de sobrevivir, con toda seguridad los hombres de Villa les seguían, en unos días sería liberado.
—Yo soy pintor, pero he estudiado algunos de estos símbolos.
—Tenga —dijo Ulises dándole el mapa.
Tomó el mapa y lo observó por unos instantes, en los últimos días se había pasado horas contemplándolo, era una verdadera obra de arte.
—Es el mapa para llegar a la mítica ciudad de Aztlán.
—¿Aztlán? Nunca había oído hablar de ella.
—No todo el mundo conoce la leyenda.
—Por favor, cuéntemela.
Diego narró brevemente el origen del pueblo mexica y su llegada al Valle de México. Después le contó la leyenda de Aztlán y la llegada a la ciudad de los españoles enviados por Hernán Cortés.
—Es una hermosa leyenda, pero ¿qué tiene de cierto?
—Es difícil de saber, lo que es indudable es que Aztlán existió y fue la tierra originaria de los mexicas, aunque en la actualidad no creo que quede mucho más que unas ruinas medio enterradas.
—Eso será mejor que lo decida yo. ¿Por dónde podemos empezar la búsqueda?
—La mayoría de los investigadores creen que las ruinas de la ciudad están debajo de la pequeña ciudad de Mexcaltitán.
—¿Dónde está eso?
—Al sur, cerca del Pacífico, en una zona pantanosa.
—¿Cuánto tardaremos en llegar?
—Cuatro o cinco días —dijo Diego.
—Espero que los hombres de Villa nos pierdan la pista.
—Si atravesamos las montañas podemos ir bordeando la costa —dijo Diego.
—En la costa siguen controlado la situación los revolucionarios. Será mejor que continuemos hacia Durango, a partir de esa ciudad las fuerzas federales dominan el territorio —dijo Ulises.
—Como prefiera.
—Cinco días son muchos días. No sé si tenemos tanto tiempo, las fuerzas de Villa nos pisan los talones, pero tendremos que intentarlo —dijo Ulises con la inocente idea de que podría escapar de la mano del hombre más tozudo de México.