109

San Francisco del Oro, 25 de mayo de 1915

El general Buendía leyó el telegrama y pegó un puñetazo furioso en el mostrador. El empleado dio un brinco, apartándose de él. Salió de la oficina maldiciendo. Era inconcebible que al general Huerta le hubieran robado en sus narices el mapa, eso ponía en peligro su misión y les retrasaba indefinidamente, a no ser que el profesor Gamio pudiera descifrar las profecías del códice y encontrar el camino hasta Aztlán. Por ahora los prisioneros no le habían causado problemas, pero Hércules estaba acechándoles en alguna parte, no soltaría su presa tan fácilmente.

Se dirigió a las afueras de la ciudad con sus hombres y regresó al dirigible. El capitán Samuel le había informado de que no podían continuar a bordo. El aparato necesitaba una revisión en profundidad y con toda seguridad tendría que ir a alguna ciudad grande para buscar algunas piezas.

El general Buendía se aproximó al profesor y le dijo muy serio:

—Hemos perdido el mapa, por la seguridad de sus amigos y la suya propia será mejor que nos lleve hasta Aztlán.

—Eso es imposible, nadie sabe la ubicación exacta de la ciudad, lleva perdida desde hace siglos —contesto nervioso el profesor Gamio.

—No quiero excusas, posiblemente tengamos que recorrer varias regiones hasta encontrarla, pero no pararemos hasta dar con ella. Le dejaré el libro para que pueda leerlo. Tiene toda la noche para estudiarlo, pero mañana deberá indicarnos qué camino tomar —dijo amenazante el general.

Uno de los hombres dejó el códice en la mesa. Todos miraron el viejo libro y al profesor. Sus ojos estaban hundidos en unas profundas ojeras grises. Los soldados se retiraron y los cuatro se quedaron solos.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Alicia.

—Ese hombre nos ha condenado a muerte, es imposible encontrar la isla sin el mapa, hay por lo menos tres ubicaciones posibles en México y otras tres en los Estados Unidos —contestó el profesor.

—Será mejor que lo entretengamos, mientras crea estar en el buen camino nos dejará en paz —dijo Alma.

—¿Cuáles son los lugares más plausibles? —preguntó Lincoln.

—El nombre de Aztlán significa «el lugar de la blancura» o «El lugar de las garzas», por ello se cree que tiene que estar en una gran laguna o zona pantanosa. La laguna debe ser de agua dulce para que habiten las garzas, hay algunas especies en la península de Yucatán, pero allí no hay grandes lagos. En el Estado de Nayarit se encuentra Mexclatitlán, muchos historiadores han defendido que Aztlán está justo allí —dijo el profesor Gamio.

—Eso está más al sur —dijo Alma.

—Por lo menos seguiremos vivos mientras el general comprueba si Aztlán está en aquel sitio —dijo Lincoln.

—Espero que Hércules se dé prisa en encontrarnos —dijo Alicia preocupada.

—No te preocupes —contestó Lincoln rodeándola con el brazo—, yo te protegeré.

—Personalmente no creo que Aztlán esté allí, durante siglos se ha rastreado la zona y nunca se ha encontrado ningún indicio. Mexclatitlán es demasiado pequeña, la leyenda habla de una gran ciudad y aquello es un pequeño islote —dijo el profesor.

—Lo que queremos es que no encuentre Aztlán. Según nos dijo podría ser peligroso —comentó Alicia.

—Mucho más de lo que pueda imaginar —dijo el profesor abriendo el códice.