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Chihuahua, 25 de mayo de 1915.

Alfonso Reyes Ochoa no había regresado desde el día anterior y Diego Rivera comenzaba a perder las esperanzas de verlo. Esa mañana decidió armarse de valor e ir al encuentro de Pancho Villa. Su amigo Alfonso le había hablado muy bien de él, de su carácter campechano, su cercanía y amabilidad. Prefería entregarle al general Villa el mapa e irse cuanto antes.

En la puerta lo saludaron dos guardas, le pidieron que se identificara y transmitieron la noticia a la oficina de Villa. No tardaron mucho tiempo en llevarle ante él. Tenía aspecto de campesino, pero vestía bien y tenía el pelo recién cortado.

—Diego Rivera, es usted la última persona que esperaba ver en Chihuahua —dijo Villa sonriente.

—¿Por qué? —preguntó Diego algo sorprendido.

—Los artistas no son revolucionarios, son demasiado individualistas. La estética está reñida con la ideología —dijo Villa.

—No pienso lo mismo, la guerra es muy estética. Uniformes, colores y la belleza del caos. La revolución es la sangre del pueblo y yo pinto sobre esa misma sangre, aunque con pinceles distintos al suyo.

El general Villa se quedó parado un momento, como si le sorprendieran las ideas del pintor.

—Le hacía por Europa aprendiendo alguna nueva técnica de pintura.

—Allí estaba hasta que unos asuntos me devolvieron precipitadamente a México y, precisamente de eso quería hablar con usted —dijo Diego sin poder disimular su inquietud.

—¿Conmigo? No sé en qué puedo ayudarle, pero si está en mi mano… —dijo el general Villa.

—Más bien es entregarle algo importante, algo que tenía el general…

—Perdone un momento —le interrumpió Villa—, tengo que salir de inmediato, pero está invitado a mí mesa esta noche, allí podremos charlar detenidamente. ¿Hace retratos?

Diego se quedó mudo, pero Villa hizo un gesto con la mano.

—Disculpe, esta noche hablamos. Venga a las diez. Un gusto conocerle, compadre.

El general desapareció por la puerta y Diego se quedó con la boca abierta, se aferró a la chaqueta y al forro roto en el que guardaba el mapa. Desde que lo había robado no se había desprendido de él ni un momento. Tendría que esperar unas horas más para deshacerse de aquella pesada carga.