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Chihuahua, 24 de mayo de 1915

Su mirada se cruzó con la de uno de los cuatro hombres que salían del despacho. Después atravesó el umbral y observó la cara meditabunda de Pancho Villa.

—Con permiso —dijo Félix Sommerfeld, con su incisivo acento alemán.

—Adelante, amigo —dijo Villa.

—¿Se encuentra bien?

—De maravilla, aunque me gustaría poder ver de alguna manera dentro del corazón de los hombres —dijo Villa muy serio.

—Si pudiéramos ver dentro del corazón de los hombres, cualquiera podría ver dentro del suyo —respondió el alemán.

—En eso tiene toda la razón, muchas veces es mejor tener simplemente fe, tal vez la fe sea la única fuerza que realmente mueva al mundo, ¿no cree?

—Yo creo que el mundo se mueve por otros intereses más materiales.

—Los alemanes solo creen en lo que pueden ver sus ojos, no entienden que a los mexicanos nos preocupa más lo que no pueden ver.

—¿Entonces prefiere los a las armas que le ofrezco? —dijo el alemán, muy serio.

—Las armas no ganan guerras, las gana el espíritu de los hombres, las agallas o cobardía que uno halla en el corazón de los hombres. Mis soldados creen en mí, me tienen fe, pero yo no sé en quién creer. ¿Ustedes son de fiar, Félix?

—Mientras cumpla su parte del trato puede confiar en nosotros, el día que lo incumpla dejaremos de estar en deuda con usted.

Pancho Villa rió con una fuerte carcajada y alargó la mano.

—¿Ha traído los papeles? Cuando yo era niño los hombres cerraban un negocio con un apretón de manos, pero ahora lo único que vale son los papeles —dijo el general.

Félix sacó de su carpeta de cuero unos documentos y los puso en la mesa. El general los tomó y comenzó a firmar.

—Tengo la sensación de estar firmando mi sentencia de muerte, aunque no es la primera vez que alguien me sentencia a morir. Morir debe ser como descansar, ¿no cree? —le preguntó al alemán mientras éste recogía los papeles.

—No, general, morir es dejar de existir, desaparecer para siempre.

Pancho Villa lo miró con tristeza. Durante la primera parte de su vida había sido invisible, si hubiera muerto nadie se había enterado de su existencia; después de tanto luchar se daba cuenta de que en unos años nadie se acordaría de él.