Chihuahua, 24 de mayo de 1915.
La ciudad estaba tranquila cuando llegaron. Los controles les dejaron pasar sin problema al anunciar que venían a unirse al ejército de Pancho Villa. Ulises Brul preguntó en la plaza por el cuartel de Villa y unos soldados le indicaron una vieja mansión cerca del ayuntamiento; por las tardes se refugiaba en una villa a las afueras de la ciudad.
El grupo dio de beber a los caballos justo enfrente del Estado Mayor de Villa. Ulises observó a los dos soldados de la entrada e intentó imaginar cuántos podía haber dentro.
—Creo que será mejor entrar y comprobar las fuerzas de seguridad del edificio —dijo Ulises a su cabo.
—Señor, podemos esperar a que salga para atacarle.
—No es muy buena idea, esta plaza no reúne las condiciones. Es demasiado abierta, solo tiene dos puntos de fuga y no lograríamos salir de la ciudad con vida. Tenemos que ganar su confianza y entrar hasta su mismo despacho. Usted y dos hombres más me acompañarán —dijo Ulises.
Los cuatro hombres se acercaron a la puerta y le dijeron a uno de los soldados que habían venido desde lejos para ver a Villa y alistarse en su ejército. Uno de los soldados entró y salió unos minutos más tarde.
—Solo pueden entrar dos de ustedes y tienen que dejar aquí sus armas.
Ulises se quitó la cartuchera y uno de sus hombres le imitó. Siguió al soldado a un gran patio interior y después a un corredor, aquel edificio parecía más un antiguo monasterio que una casa. Después se pararon delante de un gran portalón en el que hacían guardia otros dos hombres. Ulises había contado hasta diez hombres armados.
Cuando abrieron la puerta vieron al otro lado a tres individuos, uno de ellos sentado en una silla labrada recubierta de pan de oro. El hombre de la silla les sonrió y su gran bigote negro se alzó por la presión de los labios.
—General Villa —dijo Ulises con un leve gesto de cabeza.
—¿De dónde vienen? —preguntó el general Villa a los dos hombres.
Ulises se lo pensó unos segundos antes de responder, tenía la sensación que Villa era de ese tipo de personas capaces de mirar en tu interior.
—Venimos de los Estados Unidos, todos somos mexicanos pero llevamos varios años viviendo allí.
—¿De los Estados Unidos? ¿Qué hacen diez hombres norteamericanos tan lejos de su hogar?
—Nuestro hogar es éste, general. Nosotros somos mexicanos. Al otro lado hay cientos de miles de compatriotas que esperan la liberación de esos malditos gringos —dijo Ulises intentando exagerar su acento mexicano.
—Entiendo, los malditos gringos —repitió el general sin mucho convencimiento.
—Venimos a unirnos a su ejército para luchar por la libertad —dijo Ulises.
—¿Cuál es su nombre y graduación? —preguntó el general Villa.
Ulises lo miró extrañado. Le parecía que no le había escuchado bien.
—¿Perdón, general?
—¿Cuál es su nombre y graduación?
—Capitán —contestó por fin.
—Capitán…
—Ulises Brul. —Capitán Ulises Brul, ¿por qué han abandonado el ejercito de los Estados Unidos?
—Señor… —balbuceó el capitán. Notó como se le secaba la garganta, pero intentó controlar los nervios—, ya le he dicho que hemos venido a luchar por la revolución, no queríamos servir más a los gringos.
Pancho Villa se puso en pie y observó cuidadosamente a los dos hombres. Se podía mascar su ansiedad y nerviosismo. El general comenzó a caminar a su alrededor y después se puso a unos centímetros de Ulises.
—Bienvenidos al ejército del norte, no desperdiciaremos a diez soldados experimentados —dijo por fin el general.
Ulises respiró hondo y sonrió a Villa, aunque una sombra de duda cruzó su mente como un relámpago. Aquel hombre le pareció tan excepcional que se preguntó si tendría valor para asesinarle llegado el momento. Después pensó que su vida estaba en Estados Unidos y que nada ni nadie podía cambiar eso.