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Durango, 24 de mayo de 1914

Apenas habían dormido nada y se sentían agotados. Los soldados les habían dejado descansar en el salón durante toda la noche, pero la incomodidad, el cansancio y la tensión no les había permitido dormir mucho. En cuanto amaneció salieron de la casa hacia el dirigible. Hércules y Lincoln marchaban en primer lugar, seguidos por Alicia, Alma y el profesor Gamio. Tenían soldados a ambos lados y por detrás, caminaban por campo descubierto y las posibilidades de huir parecían nulas.

Cuando divisaron el dirigible, Hércules se inquietó. Tenían que intentar algo antes de que fuera demasiado tarde. Miró hacia un arroyo cercano y un pequeño bosque. Entonces, sin pensarlo dos veces, se alejó de la fila y comenzó a correr. Los soldados cargaron los fusiles y comenzaron a disparar; Lincoln agarró a uno de los soldados y Alicia se lanzó a por otro. Las balas silbaban en los oídos de Hércules cuando llegó a los árboles. Protegido por la maleza, miró hacia los soldados. Dos de ellos estaban atacando a Lincoln, mientras que Alicia estaba inmovilizada en el suelo. Tuvo deseos de regresar, pero era más provechoso alejarse y buscar el mejor momento para liberarles.

Hércules corrió por los campos sembrados de maíz y regresó a Durango, compró un caballo y partió a galope en dirección norte. Por lo que le había oído al general Buendía, se dirigían al encuentro de otro militar que poseía el mapa que les llevaría a Aztlán. El encuentro tendría lugar cerca de los montes de Chihuahua. Hércules pensó que no sería muy difícil localizar a un grupo de extranjeros y soldados que viajaban en un dirigible, pero estaba equivocado: lo único que sabía era que aquello.