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Chihuahua, 23 de mayo de 1915

Ya era de noche cuando regresó a la ciudad. Llevaba horas en el frente, pero no se sentía cansado, como si la tensión lo mantuviera en guardia. La comitiva lo siguió hasta la casa y después se fue al salón como uno más, quería tomar algo antes de irse a dormir. Los hombres necesitaban verlo y tenerlo cerca. Aquél era el secreto de su éxito, ser uno más, que los soldados vieran que era capaz de tomar un tequila, cantar una canción o jugar una partida de cartas con ellos.

Al entrar al salón vio al alemán, estaba sentado con la bruja. Aquella mujer no le gustaba, no es que le tuviera miedo, pero no se fiaba de ella. Pasó la mesa después de hacer un leve gesto con el rostro y caminó hacia el fondo, pero la voz de la mujer lo hizo pararse en seco.

—General Villa, ten cuidado, vienen a matarte —dijo Sara cuando vio pasar al hombre.

Villa se giró en redondo, el murmullo de los soldados desapareció por completo. Miró a la mujer y le dijo:

—¿Que quieren matarme? No hay que ser adivina para saber eso, cualquiera de mis hombres podría decir lo mismo.

—No he dicho que quieran matarte, he dicho que vienen a matarte, se aproximan y veo tu tumba en el cementerio de la ciudad.

—Nadie matará a Villa hasta que Villa quiera —dijo el general enfadado.

—Tú no decidiste el día de tu nacimiento y no decidirás el de tu muerte —dijo la mujer.

—No estés tan segura.

El general le dio la espalda y se dirigió a su mesa con algunos de sus oficiales. Se sentó y comenzó a reírse a carcajadas. Jugó a las cartas, gritó y bebió como nunca, pero en su mente se repetían las palabras de la mujer. No tenía miedo a la muerte, pero temía dejar su obra sin terminar, que el trabajo de los últimos años, los sacrificios y la muerte de tanta gente hubieran sido en vano.