Durango, 23 de mayo de 1915
Hércules se arrepintió de haber dejado su arma en la habitación. Tomó uno de los cuchillos de la mesa y se puso en guardia, Lincoln le imitó y Alicia extrajo una pequeña pistola de la liga. Desde hacía meses, no salía de casa sin la pequeña arma de dos balas.
La puerta cedió y en el umbral aparecieron media docena de hombres armados que les apuntaron con sus rifles. Hércules y sus amigos decidieron no enfrentarse. No querían poner en peligro su vida ni la de la periodista y el profesor. Un hombre mayor pasó entre los soldados y se dirigió a ellos:
—Por fin nos vemos las caras. Creo que me estaban buscando y soy yo el que les ha encontrado, ¿no les parece irónico?
—Los ladrones tienen un sexto sentido para encontrar cosas valiosas y, por lo que veo, nosotros tenemos algún tipo de valor para usted —contestó Hércules.
—Más que valor diría molestia, son el cabo suelto que hay que atar antes de que las cosas se compliquen —dijo el general Buendía.
—Fue usted el que intentó asesinar a Carranza e inculparnos a nosotros —dijo Hércules.
—Si las cosas hubieran salido bien, hubiéramos matado dos pájaros de un tiro, nunca mejor dicho —dijo el general.
—Los planes muchas veces fallan —dijo Hércules.
El general observó el salón y después se dirigió hacia la chimenea.
—Veo que se les ha unido el profesor Gamio. Profesor Gamio, es un placer. Su país le necesita para una misión especial, tiene que hacer un servicio inestimable a México.
El profesor se puso rígido. Intentó controlar sus miedos y se dirigió decidido al general.
—Soy un funcionario del gobierno, le exijo que deponga inmediatamente su actitud, estas personas no le han hecho nada a nadie.
El general arqueó la ceja y con una media sonrisa se dirigió a la periodista.
—Menudo titular, señorita Reed, pero me temo que ninguno de ustedes vivirá para contar lo que va a pasar en esta sala, a excepción del profesor, a no ser que se empeñe en ser un mártir.
Un silencio molesto recorrió la sala, aquel hombre no se andaba con bromas. Tenía órdenes de matar y nada le impediría hacerlo.