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Durango, 23 de mayo de 1915

—¿Qué dice la profecía de Aztlán? —preguntó Lincoln impaciente.

El profesor Gamio miró al norteamericano y lanzó un suspiro. Después dejó la mesa y se acercó a la chimenea, cogió uno de los palos del fuego y se encendió un puro. Luego hizo un gesto para que el resto del grupo se uniera a él en los sillones.

—Como ya sabrán, uno de los hombres jaguar traicionó a su orden y ayudó a Cortés, mejor dicho, a uno de sus hombres, a llegar a Aztlán, pero lo que no sabía era que estaba abriendo la puerta a algo terrible —dijo el profesor.

—¿Qué era? —preguntó Alicia expectante.

—Allí se ocultaba su más terrible pasado, lo que Itzcóalt intentó borrar de la historia de los mexicas, el final del quinto sol y la destrucción de su pueblo —dijo el profesor con voz angustiada.

—¿Hay algo terrible en Aztlán? Creí que había un inmenso tesoro o algo parecido —dijo Hércules.

—Eso es lo que esperaban encontrar los españoles, pero fue otra cosa la que encontraron. Si alguien vuelve allí, se desatará la misma devastación —dijo el profesor.

—Los hombres jaguar quieren regresar allí, por eso robaron el códice —dijo Lincoln.

—Sí, pero al menos no tienen el mapa —dijo el profesor.

—Debemos encontrarlos y quitarles el códice, ya no es simplemente un robo —dijo Lincoln.

—Me parece que todo esto no son más que un montón de patrañas. ¿Qué puede haber en Aztlán? No olvidemos que en la época en la que se escribió el códice, los hombres eran supersticiosos y desconocían muchas de las cosas que nosotros hemos descubierto —dijo Hércules.

—El problema es que puede que estén en lo cierto, que las profecías anuncien el fin del mundo —dijo Lincoln.

—El quinto sol y todo eso me parece un cuento de viejas —dijo Hércules.

Alma Reed se puso en pie y comenzó a caminar despacio por la sala. Después se dirigió al profesor:

—¿Dónde está Aztlán?

—Hay muchas especulaciones al respecto. Algunos piensan que está en Aztalan, Wisconsin, pero ese lugar es el más improbable de todos. Otros hablan del lago Yuriria, en torno al cerro Culiacán: cuando se mira desde el lago, la montaña parece una isla, aunque los códices nos hablan claramente de una isla, por eso yo lo descartaría —dijo el profesor.

—Yo tenía entendido —dijo Alma Reed—, que Aztlán podría estar en el sur de los Estados Unidos.

El profesor la miró pensativo. No le gustaba especular, pero las pruebas sobre la ubicación de Aztlán eran tan escasas, que apenas había margen para la certeza.

—A mediados del siglo XIX, Ignacio L. Donnelly intentó relacionar Aztlán con el continente perdido, la Atlántida, pero esto es tan descabellado como creer que las culturas americanas proceden de la tribu perdida de Israel —dijo el profesor.

—Entonces, ¿qué podemos creer? —preguntó Lincoln confuso.

—La teoría más fiable es la que propuso en 1887 el antropólogo mexicano Alfredo Chavero, que afirmó que Aztlán estaba en algún punto de la costa del Pacífico, dentro del estado de Nayarit —dijo el profesor.

—Sin el mapa no tenemos nada que hacer —dijo Hércules—. Además, es más importante impedir que alguien llegue allí, que saber dónde se encuentra realmente.

Un fuerte golpe en la puerta les hizo a todos ponerse en guardia. Hércules se levantó apresuradamente seguido de Lincoln y Alicia. La puerta volvió a sacudirse cuando llegaron hasta ella.