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Chihuahua, 23 de mayo de 1915

El campamento andaba revuelto. El día anterior habían llegado los hombres de Raúl Madero, que habían tenido que evacuar Monterrey. Villa quería atacar a Obregón y cortarle las líneas de suministro, pero Obregón había mandado la caballería hacia Dolores para proteger las vías férreas. Villa había aprovechado la debilidad de Obregón para atacarle y todo el día llevaban sonando los cañones y los tiros.

Félix Sommerfeld se dedicaba a beber tequila y visitar a Sara cada noche. Durante el día la mujer desaparecía, pero en cuanto el sol se marchaba, aparecía de nuevo, con su caminar sinuoso como el de una serpiente. Apenas hablaban, bebían, ella comenzaba a besarlo y terminaban en el cuarto. El alemán sentía como sus fuerzas iban agotándose por las noches de pasión y las jornadas de guerra que le impedían dormir. No había visto a Villa en los últimos días y comenzaba a impacientarse, tenía que cerrar el acuerdo de la venta de armas y regresar a México D. F.

Las noticias que llegaban del frente hablaban de las victorias de Pancho Villa, pero era difícil distinguir la propaganda de la verdad, algunos decían que los carrancistas habían recibido un gran cargamento de municiones y que los villistas estaban gastando sus últimas balas. Lo bueno de aquel asunto era que Villa los necesitaba cada vez más y el acuerdo era inminente, pero la ayuda tenía un precio doble; los acuerdos petrolíferos y el ataque de Villa a los Estados Unidos.

El alemán vio entrar a Sara y sus ojos no pudieron resistir los gestos que la mujer le hacía, se puso en pie y se acercó hasta ella. La mujer le besó con frenesí y Félix se olvidó de sus miedos, se concentró en lo único que le importaba en ese momento. Sentir el máximo placer posible.