Al norte de México D. F., 21 de mayo de 1915
El general Buendía prefería los caballos, pero el tren era mucho más rápido y cómodo. Los extranjeros le llevaban más de doce horas de ventaja y ese artilugio volador parecía ir más rápido que cualquier transporte terrestre. Sus planes habían fracasado, los extranjeros habían escapado con vida, pero no lograrían sobrevivir por mucho tiempo. Él conocía el terreno mejor que ningún soldado del ejército federal. Sus hombres eran los más fieros, astutos y rápidos. Además, estaba bajo la protección de los dioses de sus antepasados.
Observó el paisaje por la ventanilla. Tierras fértiles, sembradas de maíz y todo tipo de frutas. Aquella hermosa tierra merecía renacer de nuevo, romper las ataduras que les habían traído los hombres extranjeros y recuperar su destino. El códice les ayudaría a encontrar el camino de vuelta a casa; cuando se cumpliera la profecía, el último Rey tlatoani reinaría de nuevo y los mexicas recuperarían su imperio.
El general Huerta tenía el mapa. Así se lo había dicho al gran maestre de los hombres jaguar. Cuando se encontraran en el norte, se pondrían de camino a Aztlán y entonces nadie podría detenerlos. Estaba impaciente por contemplar con sus propios ojos la isla de la que provenían sus antepasados, pensó mientras sus ojos negros se reflejaban en el cristal. Tomó el códice y lo abrió. El libro estaba escrito en castellano del siglo XVI y en náhuatl. Observó el relato del viaje de Gutiérrez a Aztlán. Sintió la emoción que aquel invasor debió experimentar cuando observó los inmensos palacios, las gigantescas pirámides y la fabulosa belleza de la isla. Después volvió a cerrar el códice. Los hombres jaguar habían regresado para vengarse y regarían de nuevo Id tierra con la sangre de sus enemigos.