Amozoc, México, 19 de mayo de 1915
—Alguien viene —dijo uno de los jinetes. Todos giraron sus cabezas mientras Hércules y Lincoln se acercaban a ellos.
Al aproximarse vieron a Samuel de rodillas, con el labio partido y los ojos amoratados. Se aproximaron al que parecía el cabecilla y Hércules se quitó el sombrero.
—Caballeros, creo que se trata de un malentendido. Este hombre es un emisario del gobierno alemán enviado para hablar con Emiliano Zapata.
Los hombres se miraron confundidos. Aquel gringo hablaba perfectamente español.
—¿Quién es usted?
—Disculpen, mi nombre es Hércules Guzmán Fox, español. Este hombre es mi criado —dijo señalando a Lincoln.
—¿Se puede saber qué diablos es eso? —dijo el mexicano que estaba al mando.
—Es un dirigible, un aparato volador. Su uso podría ayudarles a ganar la guerra.
Los cuatro hombres se reunieron en un corrillo unos segundos, después el jefe se dirigió a Hércules.
—¿Puedes hacer que vuele?
—El único que puede hacer que vuele es el capitán —comentó Hércules señalando al alemán.
—Suelten al gringo —dijo el jefe, enseñando sus dientes podridos—. Cuando nos vean aparecer en ese cacharro se quedarán asombrados.
—Subamos —dijo Hércules.
—¿Se pueden cargar los caballos? —preguntó el jefe.
—Pueden asustarse. ¿Dónde tienen su cuartel? —preguntó Hércules.
—En Morelos, cerca de aquí.
—Pues envíe a uno de sus hombres con los caballos.
—Ramón, hazte cargo —ordenó el jefe.
Subieron a bordo del dirigible y Samuel se dirigió a la cabina de mandos. Intentó poner los motores en marcha, pero éstos no respondieron a la primera. En el segundo intento el ruido de los motores rompió el silencio del valle. El aparato se elevó lentamente, hasta que comenzó a tomar velocidad.
Alicia se encontraba escondida en la bodega, había observado la pelea desde el aparato y había decidido esconderse cuando los mexicanos subieron a bordo. De nuevo tenían que desviarse de su objetivo, pero algo inesperado estaba a punto de sucederles.