En algún punto sobre la península de Yucatán, 19 de mayo de 1915
El dirigible se estremecía sacudido como una liviana hoja movida por el viento. El capitán apenas podía hacerse con el aparato. Sujetaba el timón con todas sus fuerzas, pero éste lo arrastraba y los bruscos movimientos de la nave lo arrojaban al suelo. Hércules se acercó para ayudarle a sujetar el timón, pero el viento los volvía a empujar. Era imposible controlar la nave.
—Tenemos que aterrizar —dijo Samuel, angustiado.
—¿Podemos hacerlo con estas condiciones?
—Sí, será mejor que nos pongamos detrás de aquella montaña —dijo el capitán señalando unas rocas.
La nave logró virar hasta ponerse al resguardo del viento y aterrizó con un brusco golpe. Los ocupantes permanecieron por un momento desconcertados por el impacto y por el viento que no dejaba de golpear contra la nave.
—Espero que no hayamos sufrido muchos daños —dijo el capitán, poniéndose en pie.
—Parece que el dirigible ha aterrizado de manera muy brusca —dijo Lincoln, que se había acercado al resto del grupo.
—En cuanto amanezca saldremos a comprobar los desperfectos —dijo Samuel.
—¿En dónde nos encontramos? —preguntó Hércules.
—En algún lugar cercano a Puebla, aunque puede que el viento nos haya desviado de nuestra ruta —dijo el capitán.
Hércules se acercó para comprobar el estado de Alicia. La mujer estaba todavía tumbada en el suelo con los ojos cerrados.
——¿Qué tal estás?
—Mareada, esto me recuerda a una vez que subí a una noria en Barcelona, después estuve varias horas con la cabeza dándome vuelas.
Lincoln se puso a su lado y le tendió una mano. Alicia se agarró y se puso en pie, pero volvió a tambalearse y el norteamericano la abrazó.
—Mi cabeza —dijo Alicia con la mano en la frente.
—La acompaño hasta su habitación.
Cuando los dos desaparecieron, Hércules se dirigió al capitán.
—¿Puede su ayudante encerrar al intruso?
—Sí.
Samuel dijo algo en alemán y el tripulante se llevó al prisionero. Cuando los dos hombres se quedaron solos, Samuel le ofreció una copa a Hércules.
—Qué mala suerte, mi primer viaje a México y sufrimos un accidente.
—No es culpa suya, el viento era demasiado fuerte.
—Sí lo es, mi deber es comprobar los vientos de la zona en la que vamos a volar, pero con la premura del viaje no pude hacerlo —se lamentó Samuel.
—Lo importante es que no le ha sucedido nada a nadie.
—En este aparato he invertido todo el dinero que me quedaba. Renuncié a mi parte de la herencia en Alemania. Mi familia ha preferido colaborar con el kaiser, pero yo detesto la guerra.
—Lo entiendo.
—Pero ellos tenían razón, la vida no es un estado ideal en el que lo más importante es estar en paz con tu conciencia.
—Señor Samuel, yo no me considero un idealista, pero si no actuamos en función de nuestra propia conciencia, nos convertimos en esclavos de la conciencia de los demás.
—¿Usted cree? Me pregunto si no debí haber servido a mi país.
—Yo tuve que traicionar a mi país cuando comenzó a asesinar a gente inocente. Luché en la guerra de Cuba, pero hubo un momento, en que lo más importante era ganar a toda costa, aunque miles de inocentes tuvieran que morir.
—Comprendo.
—Le aseguro que no fue fácil dejarlo todo, pero ahora no me arrepiento de haberlo hecho.
—Debería descansar un poco —dijo el alemán. —¿Cree que mañana el aparato volverá a volar? —Espero que sí. Será mejor que rece alguna oración—. No creo en Dios —dijo Hércules muy serio.
—Pues acaba de entrar en sus dominios —dijo Samuel, mirando a los ojos del español.