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Océano Atlántico, 18 de mayo de 1915

—¿No creerá esa leyenda sobre Aztlán? —dijo Diego Rivera asombrado.

—No solo la creo, es absolutamente cierta. ¿Ha leído el códice de fray Bernardino de Sahagún? —preguntó el general.

—No.

—Fray Bernardino de Sahagún era un fraile que llegó a América muy joven. Vivió en Texcoco y enseguida se interesó por la lengua y las costumbres de los mexicas. El códice que escribió estuvo perdido durante siglos hasta que un investigador español lo encontró en la Biblioteca Nacional de Madrid a finales del siglo, pero alguien había arrancado una parte del códice, que estuvo perdida hasta hace poco.

—¿Una parte perdida? —preguntó Diego.

—Sí, precisamente la que narra las semanas del 30 de junio al 14 de julio.

—No entiendo —dijo Diego extrañado.

—Fray Bernardino de Sahagún narra en la parte de la crónica perdida el viaje a Aztlán. Al parecer el códice fue mutilado por su descubridor, posiblemente con la intención de viajar luego a México y encontrar la isla, pero el fragmento desapareció y también el mapa.

—Es increíble.

—El mapa apareció hace años en Berlín, después fue vendido al librero que fuimos a ver a España, aunque en eso yo tuve parte.

—¿Cómo? No le entiendo.

—Fue unas de las condiciones que puse al gobierno alemán para apoyarles en una operación contra los Estados Unidos.

—Ellos le dieron el mapa a cambio de su apoyo militar.

—Bueno, el mapa fue tan solo una parte del acuerdo. Los alemanes desconocen su valor, ignoran los secretos y tesoros que oculta Aztlán.

Diego Rivera observó el rostro exaltado del general. Sin duda él se creía todas aquellas patrañas. Después pensó en el mito de Aztlán, una tierra idílica, el origen de su pueblo, un lugar que era mejor dejar como estaba, porque era mejor que los mitos siguieran siendo tan solo eso, mitos.