Mar Caribe, 18 de mayo de 1915
El cielo comenzó a teñirse de púrpura y las luces del dirigible se encendieron. Samuel ordenó a uno de sus hombres que abriera la puerta de la bodega y los cuatro entraron en la amplia sala. Había cajas apiladas, algunas herramientas y otros trastos viejos. Hércules y Lincoln se separaron de Samuel y Alicia, dirigiéndose a uno de los laterales. De repente una figura surgió de la nada, tiró a Alicia y salió corriendo por la puerta. Fue tan rápido que apenas les dio tiempo a reaccionar.
—¡Ha escapado! —grito Samuel.
Hércules y Lincoln corrieron hasta la puerta. Alicia seguía en el suelo agarrándose un brazo.
—¿Estás bien? —preguntó Lincoln extendiéndole la mano.
—Sí, cogedle —dijo Alicia con un gesto de cabeza.
Los tres hombres corrieron a la cubierta principal y registraron las habitaciones, el salón y las cocinas.
—No está por ningún lado —dijo Samuel.
—¿Y la sala de mandos? —preguntó Hércules.
Se dirigieron allí, pero la puerta estaba cerrada. Hércules comenzó a golpearla con el hombro, pero fue inútil, era una gruesa plancha de hierro.
—¿No tiene una llave maestra? —preguntó el español mientras tocaba su brazo dolorido.
—Sí —dijo Samuel, y desapareció unos minutos.
Abrió la puerta y unos disparos silbaron sobre sus cabezas. Hércules respondió disparando al vacío. Después se lanzó al interior y se situó detrás de unos paneles. Cuando logró sacar la cabeza vio que el tripulante que llevaba el timón había sido asesinado. Un hombre ton el pelo rubio, casi albino, apuntaba con una pistola alemana. Hércules apuntó, disparó y el hombre cayó desplomado al suelo.
—Entren —dijo Hércules.
El intruso estaba tumbado en el suelo hecho un ovillo y con un gesto de dolor. Samuel se aproximó al piloto, pero no respiraba. El intruso le había disparado en el pecho.
—Está muerto —les dijo Samuel a Hércules y Lincoln.
Entre Lincoln y Hércules transportaron al alemán hasta la silla de piel y lo sentaron allí. Sus ojos, de un azul intenso, se abrieron unos segundos, dando a su rostro un aspecto fantasmagórico.
—¿Quién te envía? —preguntó Hércules.
El alemán permaneció callado, con los ojos cerrados, hasta que el español presionó su herida y el intruso lanzó un bramido de dolor.
—No me obligues a hacerte daño —dijo Hércules.
El hombre abrió los ojos y lo miró con odio. Samuel se acercó.
—Déjenme a mí, a lo mejor no habla inglés.
Hércules dio un paso atrás.
—¿Quién te envía? —preguntó Samuel en alemán.
El intruso le miró sorprendido, como si no esperara que alguien le hablara en su lengua, pero permaneció en silencio. Hércules le dio un puñetazo en la herida y el tipo aulló.
—Será mejor que hables, estos hombres te harán sufrir mucho —dijo Samuel.
—Soy Otto Mann, miembro del servicio secreto alemán. No puedo decirles más.
Los tres se miraron sorprendidos.
—¿Los servicios secretos alemanes? —preguntó Lincoln extrañado.
—Llevamos vigilándolos desde su estancia en Londres.
—¿Por qué? —preguntó Hércules.
—Eso no se lo puedo decir.
Hércules se acercó hasta el hombre y le puso una pistola en el cuello.
—No se atreverá —dijo el alemán en inglés.
—Será mejor que no me pongas a prueba.
Alicia llegó en ese momento. Se acercó a Lincoln y éste lo animó a que se sentara.
—Estoy bien, gracias.
Hércules apuntó con su pistola a la pierna derecha del alemán. Éste le miró con temor, pero no dijo nada. Entonces Hércules apretó el gatillo y el sonido de la bala se mezcló con los gritos del intruso.
El hombre agarró con su mano buena la rodilla, mientras no dejaba de gritar.
—Espero que ahora comiences a hablar —le amenazó Hércules.
—¡Hércules! —exclamó Alicia sorprendida.
El español la miró enfadado, no quería que se inmiscuyera en el interrogatorio.
—Lincoln, por favor, ¿pueden salir todos? —le dijo para quedarse a solas con el intruso.
Alicia salió refunfuñando acompañada de Lincoln, pero Samuel se quedó con Hércules.
—Ahora será mejor que empieces a hablar.
—Los alemanes tenemos intereses en México, el hundimiento del Lusitania tiene que ver con esos intereses, no sé mucho más sobre ese asunto, pero el gobierno alemán teme que ustedes puedan descubrir la red de espías que tenemos en Estados Unidos e Inglaterra. El barco pudo ser hundido porque alguien nos ayudó desde dentro y quitó la escolta.
—¿Alguien quitó la escolta? —preguntó Hércules.
—Sí, un importante miembro del gobierno británico, su nombre en clave es J}.
El dirigible dio un violento giro, Hércules perdió el equilibrio y Samuel se acercó a los mandos.
—Una tormenta, será mejor que vuelva a su asiento —dijo Samuel tomando los mandos.
Los rayos iluminaron la noche, mientras el aparato crujía mecido por la fuerza del viento y el eco de los relámpagos.