Washington, 18 de mayo de 1915
—¿Qué? —preguntó el presidente Wilson con los ojos desorbitados.
—Los alemanes han enviado a uno de sus hombres para llegar a un acuerdo con Villa, sospechamos que le ofrecerá armas a cambio de prospecciones petroleras —dijo el secretario de Estado, Leonard Wood.
—Es increíble, esos alemanes están llegando demasiado lejos. Primero hunden el Lusitania y ahora quieren meterse en el patio trasero de nuestra casa. No lo consentiré. América para los americanos.
—Presidente, la situación es delicada. Debemos abortar el acuerdo —dijo Leonard Wood.
—Quiero que manden una fuerza expedicionaria hasta Chihuahua, que se vistan de civiles para no levantar sospechas. Que no regresen hasta que traigan la cabeza de Pancho Villa en una bandeja. ¿Han entendido? —preguntó el presidente.
—¿No sería más fácil ocupar el norte de México? —preguntó el secretario de Guerra Garrison.
—No podemos desviarnos de nuestros objetivos. Inglaterra nos pide ayuda desesperadamente y las cosas se complican en el frente. Nuestro servicio secreto nos ha informado de que los alemanes preparan un golpe de mano para el otoño. La lucha en Galípoli tampoco marcha bien, los turcos están siendo más efectivos de lo que se creía en un principio —dijo el presidente.
Los dos secretarios se quedaron en silencio. El presidente Wilson era un hombre enérgico y autoritario, aunque a veces pasaba largos periodos de inseguridad y depresión, como si su energía se agotara de repente.
—Mandaremos algunos hombres de caballería para eliminar a Pancho Villa —dijo el secretario de Guerra Garrison—, pero eso puede suponer comenzar una guerra con México. Esos malditos mexicanos suelen unirse en el momento más inoportuno.
Wilson miró a través de sus lentes al secretario directamente a los ojos. Aquella mirada era una orden directa. Pancho Villa podía considerarse hombre muerto.