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La Habana, 18 de mayo de 1915

El dirigible estaba preparado para volar. Hércules y sus amigos habían llegado temprano, para colocar su equipaje. El aparato era mucho más grande por dentro de lo que habían imaginado. Un amplio salón, diez camarotes privados, una bodega y el puente de mandos. Samuel Schwarz gobernaba la nave, pero tenía dos ayudantes para tareas de mantenimiento.

Después de preparar el viaje y trazar una ruta, Hércules, Lincoln y Alicia se despidieron del profesor Gordon.

—Me temo que esta vez no hay marcha atrás —le dijo Hércules al profesor—. Nos vamos, ha sido un placer volver a verle. Gracias por su ayuda.

El profesor Gordon se adelantó y estrechó con fuerza la mano de su amigo.

—El placer ha sido mío, su estancia en Cuba me ha rejuvenecido veinte años.

—Profesor, muchas gracias por todo —dijo Lincoln.

—Muchas gracias —dijo Alicia sonriente.

El profesor Gordon le besó la mano e inclinó la cabeza.

—Espero que tengan un buen vuelo. Qué extraño resulta decir eso, ¿verdad?

Todos rieron menos Lincoln. Él no le veía la gracia. ¿Qué pasaría si el artefacto aquel se estropeaba en pleno vuelo? El hombre no había sido creado para volar, o de otro modo Dios les habría dado alas, pensó Lincoln mientras subían a bordo de nuevo.

—Señores, bienvenidos a bordo. Espero que la travesía sea cómoda y confortable. Mientras realizamos el despegue será mejor que permanezcan sentados, después se pueden levantar con total normalidad. Estimo que llegaremos aproximadamente mañana a mediodía, aunque el tiempo de vuelo puede variar según el viento.

Hércules sonrió emocionado; desde que se enteró de la posibilidad de volar, había querido montar en uno de aquellos aparatos. Alicia parecía también entusiasmada.

—Ya conocen sus camarotes, les serviremos la comida en el salón. Espero que disfruten de las fabulosas vistas del vuelo —dijo Samuel.

El capitán de la nave desapareció y un par de minutos más tarde percibieron el movimiento del aparato.

—¡Dios bendito! —dijo Lincoln con el corazón en la boca.

—Tranquilo —lo animó Alicia, posando su mano sobre el pecho del hombre.

—¿No están nerviosos? —preguntó Lincoln.

—¿Nervioso? No, emocionado. La vida hay que disfrutarla con intensidad, cada segundo cuenta.

El dirigible comenzó a flotar y a tomar altura lentamente. Un par de minutos después, Hércules y Alicia estaban asomados al gran ventanal.

—Cielo santo, eso es La Habana —dijo Hércules señalando las minúsculas casas del suelo.

—Es increíble, nunca imaginé que vería La Habana desde el aire —dijo Alicia eufórica. Después se dio la vuelta y observó a Lincoln aferrado al sillón—. Lincoln, se está perdiendo una vista espectacular.

—Estoy bien aquí, gracias.

La Habana brillaba con las primeras luces de la mañana. El mar azul resplandecía dorado a sus pies. La mezcla de colores era impresionante: verdes, rojizos, turquesas, amarillos… Una paleta increíble, en donde la vida se expresaba a través del brillo y la luz. Poco a poco se alejaron de la costa y se adentraron en el desierto azul. El agua parecía un espejismo lejano. Alicia se abrazó a Hércules. Se sentía agradecida y fascinada. Podría observar el mundo como lo hacía Dios, desde arriba. Miró al horizonte y pensó que al otro lado estaba México, su destino.