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La Habana, 17 de mayo de 1915

El dirigible brillaba bajo la luz del atardecer. Era de tamaño pequeño, nada que ver con los monstruos que surcaban los cielos de Londres sembrando de bombas la ciudad, pero al estar en tierra su tamaño impresionaba. El grupo pasó frente a él y se acercó a la casa que había justo al lado. El profesor Gordon llamó a la puerta y esperaron unos segundos hasta que un hombre alto, de pelo corto, con un pequeño flequillo rubio y brillantes ojos azules les recibió con una sonrisa.

—Profesor Gordon, ¿a qué debo el honor? —preguntó el alemán invitándoles a pasar.

—Deje que le presente, Samuel Schwarz, a mis amigos Hércules Guzmán Fox, George Lincoln y Alicia Mantorella.

—Un placer —dijo Samuel Schwarz inclinando la cabeza al estilo germánico—. Adelante, por favor.

Entraron en la casa, llegaron al salón y su anfitrión les sirvió unos licores.

—Es increíble el aparato de la entrada —dijo Lincoln.

—¿Le gusta? La verdad es que creía que sería un buen negocio en América, pero a mucha gente le da miedo volar —dijo Samuel.

—Samuel Schwarz es hijo de uno de los pioneros de los dirigibles. Su padre, David Schwarz, inventó un prototipo que se ha usado durante muchos años en Alemania —dijo el profesor Gordon.

—Realmente mi padre era croata. Se trasladó a Alemania para patentar su invento —puntualizó Samuel.

—Entonces lo lleva en la sangre —dijo Alicia.

—Se puede decir que sí.

—¿Su intención es establecer un negocio de transporte de pasajeros? —preguntó Hércules.

—Sí, pero por ahora no estoy teniendo mucho éxito. Mi idea fue volar de La Habana a Florida y Lusiana, pero no tengo muchos clientes.

—Las innovaciones tardan en imponerse —dijo Hércules.

—¿Cómo puede volar ese aparato tan grande? —preguntó Lincoln.

—Es complejo de explicar, ¿conoce el principio de Arquímedes?

—Todo cuerpo sumergido en un fluido sufre una fuerza de abajo hacia arriba equivalente al fluido desplazado —dijo Hércules.

—Pues la combinación de gases es lo que hace que el aparato flote —dijo Samuel.

—¿Qué gases? —pregunto Lincoln.

—Usamos helio, aunque es altamente inflamable.

—Es increíble —dijo Lincoln.

—Si no es indiscreción, ¿por qué vino a América? —preguntó Alicia.

—La guerra; no quería que mis aparatos sirvieran para matar personas. Como sabrán, Alemania utiliza zepelines para bombardear ciudades y objetivos militares.

—Le entiendo —dijo Alicia.

Samuel se puso en pie y miró a través del ventanal el dirigible. Después se dio la vuelta y observó a sus invitados.

—Pues nosotros queríamos alquilarle el aparato, pero nuestro destino no es Florida, es México —explicó Hércules.

—¿México? Pero si están enfrascados en una guerra civil, podría ser peligroso.

—En principio vamos a México D. F., creo que la guerra está mucho más al norte —dijo Hércules.

El alemán se quedó pensativo, después les miró directamente a los ojos y dijo:

—¿Qué sería de la vida sin un poco de emoción?

Todos se rieron, menos Lincoln, que comenzó a sentir como el corazón se le aceleraba.

—¿Cuándo podemos partir? —preguntó Hércules impaciente.

—Mañana al amanecer, no podemos volar por la noche —dijo Samuel.

—Pues mañana volaremos —dijo Hércules levantándose del sillón.

Cuando abandonaron la casa, un hombre rubio les siguió discretamente. Tenía que conseguir viajar en aquel aparato de alguna manera, no podía perder de vista a sus objetivos, pensó el hombre mientras Hércules y sus amigos se alejaban.