La Habana, 17 de mayo de 1915
La casa del profesor Gordon era una pequeña villa en la parte más lujosa de la ciudad. Allí vivía con su mujer, aunque los nietos pasaban la mayor parte del tiempo con ellos. Hércules, Lincoln y Alicia decidieron ir a verle para pedirle ayuda. No había ningún barco hacia México en la próxima semana, la única posibilidad que tenían era ir a Florida y recorrer por tierra toda la costa del Caribe hasta la frontera, pero eso podía demorar su viaje una semana más.
—Si viajamos por tierra, los ladrones del códice nos sacarán demasiada ventaja y será imposible dar con ellos —dijo Hércules al profesor.
—No encuentro otra posibilidad —respondió el profesor Gordon.
—¿No hay barcos a Guatemala, Honduras o Costa Rica? —preguntó Alicia.
—En ese caso tendrían el mismo problema. Los viajes en barco a México están muy restringidos por la guerra civil del país. El puerto de Veracruz sigue dominado por los norteamericanos —dijo Gordon.
—Pues tendremos que viajar a Florida —concluyó Lincoln.
El profesor Gordon se quedó pensativo por unos momentos, después sonrió y les dijo:
—Hay una forma, pero no sé si será de su agrado.
—¿Cuál? —preguntaron a coro los tres.
—Hay un alemán en la ciudad que tiene uno de esos aparatos voladores llamados dirigibles.
—¿Un dirigible? —preguntó Hércules.
—Sí, al parecer son capaces de recorrer largas distancias en un tiempo récord. Podrían hablar con él, posiblemente estaría dispuesto a llevarles a México por una modesta cantidad.
—¿Volar? —dijo Lincoln nervioso. Pensó que si se mareaba en un barco, ir en un aparato volador sería una experiencia terrible.
—Yo no he montado nunca en uno, pero dicen que si tienen buen tiempo apenas se darán cuenta de que están volando —dijo el profesor Gordon.
—Me parece una idea fantástica —dijo Alicia.
—Puedo acompañarles a ver al alemán —dijo el profesor.
—No se hable más, si hay que volar, volaremos —dijo Hércules recuperando su ánimo.