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La Habana, 16 de mayo de 1915

El reloj retumbó en la casa. Lincoln miró la esfera, eran las doce en punto de la madrugada. Alicia estaba junto a él, sentada sobre la cama, mirando el papel que Hércules había escrito antes de ser secuestrado. Algunos mechones de pelo pelirrojo se le habían soltado del moño y sus ojos verdes centelleaban a la luz de las velas. El norteamericano sintió un deseo irrefrenable de tomarla entre sus brazos entre sus brazos y besarla, pero al final intentó mantener la mente fría y concentrarse en la búsqueda de su amigo.

—¿Quiénes son los enemigos de Hércules? ——preguntó Alicia.

—Tiene muchos, pero no creo que nos hayan seguido hasta Cuba.

—Nunca se sabe, el odio humano es la fuerza más poderosa del mundo.

—¿Usted cree? —preguntó Lincoln, mirando a los ojos a Alicia.

La mujer notó el ahogo de sentirse observada por su amigo. Seguía amándole a pesar de su rechazo.

—Centrémonos en el tema. ¿Quién puede desear la muerte de Hércules? —preguntó Alicia.

—Por una lado están los mexicanos, llevamos siguiéndolos desde Londres, aunque no creo que hayan venido a La Habana.

—Entonces los descartamos, pero no olvide que alguien nos disparó en las Bahamas.

—Sin duda nos siguen desde Londres, pero si no son los mexicanos, ¿quién puede ser?

—¿Los británicos?

—No creo —dijo Lincoln—. Puede que estén interesados en lo que podamos averiguar, pero lo normal sería que no actuaran hasta que hubiéramos recuperado el códice.

—¿Los norteamericanos?

—Puede ser, sin duda están interesados en el hundimiento del Lusitania. Aunque sería mejor que nos centráramos en la nota y la «M» que escribió Hércules.

—Está bien —dijo Alicia.

—Veamos, la nota está firmada por el profesor Gordon. El que la escribió debía saber de nuestra relación con él.

—Un espía podría haberse informado —dijo Alicia.

—Llevábamos unas horas en La Habana y nuestra relación con el profesor se remonta a hace diecisiete años.

—Lo que quiere decir es que el que secuestró a Hércules le conocía de aquella época —dijo Alicia.

—Podemos pensar que sí. —¿Qué significa la «M»?

—El nombre de una persona o lugar, está claro —dijo Lincoln.

—¿Qué le hace pensar eso?

—Es lo más lógico. ¿Qué personas conocía Hércules en La Habana cuyo nombre empezara con esa inicial?

—Mi padre, su apellido era Mantorella.

—Es cierto, pero creo que su padre no es sospechoso.

—Pues no sé, dejé esta isla cuando tenía unos catorce años.

—Nombres de La Habana que empiecen por «M».

—El castillo del Morro —dijo Alicia.

—Es una posibilidad.

—No se me ocurre nada más.

Lincoln se quedó pensativo por unos instantes, habían pasado muchos años desde su visita a la ciudad, los nombres de algunas calles habían cambiado y la ciudad había crecido notablemente. Entonces un nombre le vino de súbito a la mente. Uno de los lugares más sórdidos de la ciudad.

—La Misión, ¿cómo no lo he pensado antes? —dijo Lincoln dándose un golpe en la frente.

—¿La Misión?

—Sí, era un barrio marginal a las afueras de la ciudad. Un sitio poco recomendable, Hércules y yo nos escondimos allí en el burdel que regentaba un tal Hernán. Un tipo deleznable que nos vendió…

—¿Hernán?

—Era un delincuente de poca monta que sabía más de lo que nos quería decir sobre el hundimiento del Maine en el puerto de La Habana. Ese tipo odiaba a Hércules —dijo Lincoln.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Alicia.

—Iré hasta allí y traeré a Hércules.

—Yo voy con usted —dijo Alicia frunciendo el ceño.

—No es un sitio muy recomendable para una mujer.

—Creo que eso no será un impedimento, con la ropa adecuada nadie notará la diferencia.

Lincoln observó el cuerpo escultural de la mujer y no pudo evitar pensar que nadie se tragaría que era un hombre, pero sabía que era inútil discutir con Alicia. Si ella había decidido ir, nada la detendría en su empeño.