La Habana, 15 de mayo de 1915
La nota lo decía claramente. El profesor Gordon lo esperaba frente a la catedral en una hora. Al principio le extrañó, acababan de verle, ¿por qué le pedía que se reuniera con él en plena noche? No se había desvestido por completo, por lo que tomó la chaqueta y salió de la habitación. La plaza estaba desierta, la iluminación eléctrica apenas alumbraba los arcos y la figura alargada de la catedral. Se quedó quieto frente a la torre y esperó.
Unos pasos lejanos se acercaron por el fondo de la calle. Un hombre de pequeña estatura, que cojeaba al andar, se acercó hasta él. Apenas lo reconoció al principio, pero a medida que su pálida figura se aproximaba, Hércules sintió un escalofrío por la espalda.
—Viejo amigo, no esperaba volver a verte nunca más, pero los caminos del Señor son inescrutables —dijo el hombre con su voz estridente.
—¿Hernán?
—No has olvidado a tu viejo amigo. Las cosas no han sido fáciles estos años. Nuestros nuevos amos intentaron abolir la prostitución y el alcohol en la isla, pero el dinero es capaz de conseguir muchas cosas.
—¿Por qué me has citado aquí? Según la nota…
—Creía que si ponía mi nombre no acudirías, sé que soy esa parte de tu pasado que preferirías olvidar. ¿Quién te recogió cuando eras un pobre borracho? Ahora eres un caballero, pero a mí no me puedes engañar.
—Lo siento, Hernán, pero mañana tengo que irme. No puedo decir que haya sido un placer volver a verte, los fantasmas dan miedo o parecen patéticas sombras del pasado. Adiós.
Hércules dio un paso, pero antes de que pudiera seguir su camino sintió un fuerte golpe en la cabeza y cayó desplomado.
—No tan deprisa, querido amigo —dijo Hernán mientras sus matones arrastraban el cuerpo de Hércules hasta un coche. Había esperado aquel momento durante diecisiete años. Hércules lo había humillado, por su culpa había perdido su burdel, se había visto vagabundeando por las calles de La Habana, y su madre había muerto al enterarse de sus sucios negocios, pero ahora iba a cobrar su deuda y no descansaría hasta verle suplicar misericordia.