Washington, 14 de mayo de 1915
—Señores, entiendo sus temores, pero todo está controlado en México —dijo el presidente a los reunidos. Varios industriales se levantaron para protestar y Wilson tardó unos segundos en acallar las voces—. Sus intereses están seguros en México. Saben que mantenemos un pequeño contingente en Veracruz, en unos días podemos estar en Ciudad de México. Hemos reforzado el ejército en la frontera y estamos firmando acuerdos con el presidente Carranza.
—Pero Carranza no es el mayor problema. Ese Pancho Villa está atacando constantemente nuestras instalaciones o robando el dinero de las nóminas. ¿No puede hacer nada el Gobierno? —preguntó Edward Donnell, de la Mexican Petroleum Company.
—El Gobierno de México es autónomo, no podemos intervenir cada vez que un cuatrero roba un tren —dijo el presidente.
—¿Un cuatrero? Villa tiene un ejército considerable y está a un día de la frontera con los Estados Unidos, existe el peligro de que ataque el país —comentó Henry Clay, de la Standard Oil.
—Villa tiene sus días contados. Estamos reforzando al ejército de Carranza y complicando el suministro de armas y municiones a Villa, en unos meses no tendrá una bala para resistir y se rendirá —dijo el secretario de Guerra Garrison.
—Pero secretario, usted proponía una invasión preventiva —dijo Edward Donnell.
—Tenemos que esperar, no podemos concentrar más fuerzas en la zona, no olviden que en Europa hay una guerra —contestó el secretario Garrison.
—¿Europa? No tenemos intereses en Europa —dijo Henry Clay.
—Los intereses de los Estados Unidos no son meramente económicos, señor Clay —contestó el secretario de Guerra Garrison—. Tenemos un deber con nuestros aliados y con el mundo libre.
El presidente hizo un gesto con las manos para que se calmara el debate.
—Tienen que confiar, Villa está acabado, un México estable nos interesa a todos, ustedes tienen que contribuir a esa estabilidad. Dejen de dar dinero a todos los revolucionarios para debilitar el gobierno de Carranza, puede que no les guste pagar impuestos, pero si el estado mexicano vuelve a hundirse, el caos se apoderará del país y saldrán perdiendo. Nosotros nos encargamos de la política exterior, ustedes limítense a colaborar con el Gobierno.
Aquella jauría de hienas era capaz de despedazar a su propia madre para defender sus intereses, pensó el presidente.
—Esperaremos —dijo Edward Doheny.
El grupo de empresarios salió del despacho. Edward Doheny y Henry Clay dejaron que sus coches se fueran y caminaron por la ciudad.
—¿Cómo lo ves, Henry? —preguntó Edward.
—La misma basura política de siempre. Actuar cuando las cosas ya no se pueden cambiar, mientras nuestras compañías sufren una sangría por parte de Carranza y otra por esos malditos revolucionarios.
—¿Cuál es la solución?
—Divide y vencerás. Deberíamos apoyar a Emiliano Zapata, intentar enfrentarle con Villa. En contra de lo que dice el presidente, a nosotros nos interesa, la confusión y la guerra. Un gobierno fuerte en México querrá nacionalizar el petróleo o subirá aun más los impuestos. Varias facciones enfrentadas se conformarán con las migajas. El único problema son las compañías alemanas. Hay que impedir que se establezcan —dijo Henry.
—Entonces nos conviene la guerra con Alemania. ¿Por qué le dijiste al presidente que no fuéramos a la guerra en Europa?
—No nos interesa una guerra total. Tenemos intereses en Turquía, pero allí los alemanes nos llevan ventaja. Deberíamos luchar solo contra Alemania, al fin y al cabo fueron ellos los que hundieron el Lusitania, pero no contra los austríacos —dijo Henry.
—¿Entonces?
—Nuestro objetivo es el caos, pero quiero la cabeza de Villa, es el único que no se deja comprar y no lo entiendo, antes de la revolución era un bandolero y un asesino —dijo Henry.
—La gente se reforma.
—Desgraciadamente sí, Henry. Desgraciadamente sí.