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Islas Bahamas, 13 de mayo de 1915

El color esmeralda del agua recordó a Hércules sus años como marinero en El Caribe. Había nacido para surcar los mares del mundo y en cambio en los últimos quince años apenas había viajado en barco. La vida era imprevisible. Alicia lo tomó del brazo y juntos pasearon por el puerto de Nassau. El tiempo parecía haberse detenido en aquellas islas apartadas. Los negros caminaban pausadamente y los blancos, tostados por el sol, parecían relajados, ajenos a cualquier preocupación.

—Los colores son increíbles, se me había olvidado la luz del mar Caribe —dijo Alicia mientras se acercaban a la playa. La arena, blanca como la harina, parecía virgen, apenas uno o dos pescadores sentados juntos a sus barcas remendando sus redes.

—Nunca creí que volvería a ver estas tierras —dijo Hércules pensativo.

—Pero ¿a que ahora estás contento?

Hércules permaneció pensativo unos momentos. Llevaba mucho tiempo sin sentirse plenamente feliz. Creía incluso que la felicidad era un insulto contra la inteligencia. La muerte, la pérdida y la injusticia lo habían vuelto un cínico. Alicia todavía conservaba la frescura de los ideales.

—¿Cómo va tu relación con Lincoln?

—¿Mi relación? No tenemos ninguna relación. Lincoln dejó muy claro en nuestro último viaje que no podíamos estar juntos. Hay demasiadas diferencias entre él y yo.

—Ya sabes que Lincoln siempre intenta escudarse en eso. En el fondo tiene miedo de entregarse demasiado. Los hombres somos muy egoístas con esas cosas.

—Ya lo sé, pero no puedo estar esperando eternamente a que se decida a comprometerse. Hay que seguir adelante —dijo Alicia intentando animarse.

Los dos permanecieron un instante en silencio, mientras el ruido de las olas y la brisa del mar les llevaba hasta años más felices, cuando la vida era mucho más que el paso del tiempo.