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Chihuahua, 9 de mayo de 1915

El mensajero dejó la carta del presidente Carranza en la mesa de la tienda y Pancho Villa se demoró en abrirla. Sabía lo que ponía, por enésima vez el presidente le pedía una alianza, pero él sabía en qué consistían las alianzas de gente como el viejo militar. Todos los profesionales del ejército eran igual de ambiciosos. Carranza había traicionado el espíritu de Madero y se había hecho con el poder en contra de la voluntad de la mayor parte de los líderes de la revolución. El presiente era una marioneta en manos de los norteamericanos y las compañías extranjeras.

Villa abrió la carta y se la pasó a su secretario, que comenzó a leerla a la luz del farol de queroseno.

Estimado Francisco,

La guerra nos ha convertido en enemigos a pesar de ser hermanos e hijos de la misma revolución. Madero soñaba con un país repleto de escuelas, sin campesinos pobres ni viudas tiradas en la calles. Ese sueño es ahora posible. Obregón está cercando a tus fuerzas, sé que no tienes armas suficientes para enfrentarte a nuestras tropas. Hermano, abandona esta lucha fraticida y caminemos juntos por la senda constitucional. Si entregas las armas te nombraré ministro de mi gobierno. Si no te rindes, te mataré y exhibiré tu cuerpo en México D. F. como ejemplo para los que se oponen al avance de México.

El Primer Jefe Venustiano Carranza.

Pancho Villa se levantó de la silla como si tuviera un resorte.

—¡Será hijo de la gran chingada!… Me amenaza con matarme, que se cree que me voy a quedar con los brazos cruzados. Ya logré echar a ese cabrón de Huerta, también le quitaré la silla presidencial a él. Es un coyote cobarde y traicionero. Escribe:

Estimado Carranza,

La única voz que escucho es la del pueblo, el mismo al que tus hombres avasallan y roban. Todo el mundo sabe cómo actúas y cuáles son tus verdaderas intenciones. La única revolución que apoyas es la de tu familia. No cederé ni a tus ofertas ni a tus amenazas. Podrás tener pistolas y balas, pero yo tengo huevos. Que Dios te pille confesado cuando entre en ciudad de México. Con respecto a Obregón, volverá a ti con el rabo entre las piernas. Todos los cobardes sois iguales.

Viva la Revolución, Viva México Libre.

Pancho Villa.

Villa se acercó al secretario y le pidió que se retirara. Se recostó sobre la cama portátil e intentó relajarse. Los hombres de Carranza estaban muy cerca y sus fuerzas estaban diezmadas, pero de otras peores había logrado salir con vida. Si llegaban las armas a tiempo salvaría la situación. Sabía que de alguna manera estaba predestinado a morir por México y no temía lo que pudieran hacerle.

Recordó sus primeros años, su vida había corrido siempre pareja a la muerte. Las cartas, las mujeres y el tequila fueron siempre su perdición. No tenía orden ni control, era hijo de la tierra y no podía ser de otra manera. Aquella tierra dura y áspera le había criado, era su madre y su esposa. Estaba casado con México. El ansia por la justicia le había nacido el día que el cacique de su pueblo, Agustín López Negrete, se quiso llevar a su hermana Martina para pagar las deudas familiares. Cuando escuchó los lamentos de su madre y su hermana, tomó la pistola de su primo Reynaldo y sin mediar palabra le pegó dos tiros a Negrete. Su madre gritó horrorizada, sabía que la justicia en México tenía nombres y apellidos. Pero todo aquello formaba parte del pasado.

Intentó olvidar sus preocupaciones y por primera vez en muchos meses durmió solo. Aquella noche no tenía humor para nada.