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Londres, 9 de mayo de 1915

El primer lord del almirantazgo levantó el teléfono y llamó a su secretaria. Tenía que regresar a Egipto, las cosas estaban poniéndose feas en Galípoli. Las tropas neozelandesas y australianas no lograban avanzar y se esperaba una ofensiva de los turcos.

—Ruth, quiero que mandes un informe secreto a nuestro consulado en México.

—Sí, señor —dijo la secretaria tomando nota.

—Ordeno vigilancia discreta de Hércules Guzmán Fox, George Lincoln y Alicia Mantorella. Informen de todos sus movimientos. Asunto de seguridad nacional.

Churchill hizo un gesto para que se retirara. Tenía que andarse con pies de plomo, muchos querían su cabeza en una bandeja de plata, pero él no estaba dispuesto a permitir que sus enemigos lo sacaran del almirantazgo. Si la batalla de Galípoli era un éxito e invadían Estambul, el Imperio otomano se hundiría. Grecia entraría en la guerra y los austríacos se verían atrapados en la tenaza entre Rusia y ellos. Los Estados Unidos tenían que entrar cuanto antes en la guerra. Era vital para acelerar su final, los franceses soportaban bien las embestidas de los alemanes, pero corrían rumores de que las tensiones sociales crecían en Rusia; si esta salía de la guerra, la balanza estaría a favor de las fuerzas centrales y el Reino Unido estaría en peligro. Por eso estaba dispuesto a hacer lo que fuera para que los norteamericanos entraran en la guerra, costara lo que costara.