Washington, 9 de mayo de 1915
La cara de Edith expresaba preocupación. No era una mujer a la que le gustara ocultar sus sentimientos, aunque en público era comedida, tal vez por ser la segunda esposa del presidente. La Casa Blanca continuaba con la decoración elegida por su predecesora, lo que suponía una dura carga emocional para la primera dama. Todavía no bacía un año de la muerte de Ellen y muchos habían visto como una falta de tacto el que el presidente se volviera a casar. Ella también era viuda y la buena gente de Washington no tenía nada que reprocharles, pero Wilson había preferido una boda sencilla y discreta.
Edith se acercó a su marido y lo rodeó con sus brazos.
—No has almorzado, querido.
—Tengo que tomar una decisión urgente, la opinión pública quiere una respuesta clara ante la agresión del Lusitania.
—No era un barco americano.
—Pero iban en él más de un centenar de nuestros compatriotas.
—Ésa no es razón suficiente para comenzar una guerra.
—La guerra la han comenzado ellos, Alemania y el Imperio austrohúngaro representan la decadencia, es la hora de las democracias.
—El sacrificio de vidas humanas no se puede justificar en ningún caso; además, Rusia no es precisamente un país democrático.
—El zar Nicolás quiere dar pasos hacia una democracia más formal, pero tiene que hacer ciertos cambios primero.
—¿Crees que estamos preparados para una guerra?
—Lo cierto, querida, es que aunque nuestra industria está acelerando la producción, todavía nos encontramos lejos de poder hacer frente a una guerra. Los británicos y franceses necesitan munición y armas, las armas necesarias para ampliar nuestro ejército.
—Entonces lo más sabio sería esperar.
—Pero los ciudadanos quieren la guerra.
—Los ciudadanos te eligieron a ti, tú debes de tomar las decisiones por ellos.
Wilson permaneció pensativo por unos instantes. No le gustaban las guerras aunque había tenido que intervenir en México y posiblemente iba a tener que hacerlo en Haití y en la República Dominicana.
—Hemos perdido un buen cargamento de armas destinado a Inglaterra.
—¿Armas?
—Sí, el Lusitania estaba cargado.
—¿El Lusitania? Pero eso ha sido una temeridad, era un barco de pasajeros.
—Recibimos varios avisos para que el barco no regresara a Inglaterra, pero nadie pensó que…
—Querido, eso es muy grave.
—Alguien sabía lo de las armas y decidió hundir el barco para impedir que llegaran, pero eso significa que hay un miembro del Gobierno que los informó. Muy pocos sabían de la existencia de las armas.
—¿Un espía? —preguntó Edith sorprendida.
—Un traidor, pero hay otra cosa turbia en todo esto.
—¿El qué?
—Alguien ordenó retirar la escolta del barco, un miembro del gobierno británico —dijo Wilson.
—Los traidores están en las más altas esferas —dijo Edith.
—Eso suma más dudas a mi intervención, hay que limpiar la casa antes de exponerla a los invitados.
Edith se abrazó de nuevo a su marido. Aquellas semanas juntos habían sido las más felices de su vida. Sabía que la decisión que tomara sería la mejor, aunque para ello tuviera que traicionar sus propios intereses.