29

Washington, 9 de Mayo de 1915

El alemán se bajó del tranvía y caminó hasta los grandes jardines del mausoleo a Abraham Lincoln. Aquella ciudad, con sus inmensos monumentos, siempre le producía la misma sensación de desasosiego. Los norteamericanos eran capaces de hacer grandes cosas, aunque fueran incapaces de conseguir que sus obras fueran realmente inmortales.

El alemán se puso a los pies de la estatua y miró el estanque y los árboles cuajados de flores. Llevaban casi un año en guerra, pero él había viajado la mayor parte del tiempo, por eso «guerra» solo era una palabra lejana y sin sentido que le había ayudado a medrar. Ahora era uno de los agentes alemanes más importantes en América. El ejército alemán sabía de la importancia de preparar un segundo frente en el continente, los Estados Unidos podían ser la pieza que faltaba para desequilibrar las fuerzas en Europa. Su misión era informar sobre las ayudas de Norteamérica al Viejo Continente, intentar boicotear esas ayudas y crear problemas a los americanos en su propio patio trasero.

El mexicano apareció por uno de los laterales y se acercó sigiloso al alemán.

—¿Félix Sommerfeld?

—No pronuncie mi nombre en alto —dijo el alemán.

—¿Pero es usted?

El alemán frunció el ceño. No le gustaba la arrogancia de los mexicanos, en los últimos meses había viajado en varias ocasiones al país y estaba cansado de tanta insolencia.

—Será mejor que nos sentemos en un banco —dijo el alemán secamente.

Los dos hombres caminaron separados, como si no se conocieran de nada, después se sentaron en uno de los bancos.

—Esperamos que su ayuda se materialice muy pronto, sus palabras son muy bellas, pero los mexicanos necesitamos mucho más que bellas palabras.

—Nosotros siempre cumplimos lo prometido.

—Eso me decía siempre mi padre, «los alemanes son gente de palabra» —dijo en tono sarcástico el mexicano.

—Sus armas llegarán cuanto antes, no dude de nuestra eficacia.

—¿Quién será el contacto en México?

—Un funcionario de la embajada alemana en Ciudad de México se pondrá en contacto con ustedes cuando las armas estén en el país.

El alemán se puso en pie y sin despedirse ni mirar atrás se alejó del parque. Todo aquel asunto era demasiado sucio hasta para él, pero en momentos de guerra los hombres tenían que tomar decisiones desagradables. La guerra y la muerte formaban parte de la vida, únicamente quedaba esperar, dentro de poco todo aquello terminaría y él volvería a ser un funcionario diplomático de alto rango destinado en alguna parte aburrida del mundo.